Siempre me ha interesado observar la relación que existe entre hablantes de lenguas hermanas. Alguien me dijo que los holandeses entienden a los alemanes, y los noruegos a los suecos, pero esa capacidad de comprender no se da en sentido inverso. Parece ser que no se trata de complejas causas lingüísticas sino de otras un tanto inconfesables. La semana pasada saltó la polémica en España por culpa del uso del catalán, gallego y euskera en el Senado. Se supone que ese es el foro donde los territorios están representados, pero se impedía hablar a ciudadanos españoles en su propia lengua materna. Como quizá da vergüenza reconocer cierta aversión a esas lenguas, todo el revuelo se ha camuflado en el derroche que supone pagar traductores. Y la pregunta que me hago es por qué se han contratado traductores de las tres lenguas. He de reconocer que el euskera es un idioma difícil de entender y que, por su singularidad, merecería tener el mismo tratamiento que damos a otras joyas de nuestro patrimonio artístico o cultural, como las pinturas de Altamira. Pero tal vez no debería ser necesario contratar traductores de catalán y gallego en el Senado. Entre otras cosas porque, como decía el cantante Raimon , todos hablamos un latín más o menos parecido, y porque los senadores deberían tener la capacidad intelectual de entender (no digo hablar o escribir) unas lenguas tan cercanas y parecidas al castellano. Hoy se puede aprender más catalán en universidades alemanas (30), que en las de la España que no habla catalán (6). Deberíamos reflexionar sobre esto antes de que nos vuelvan a mandar hablar en cristiano.