Peter Huff, el presidente del Departamento de Religión de una universidad de Shreveport (Louisiana, Estados Unidos), asegura que durante siglos las estrategias de evangelización "han bordeado el chantaje". No cuesta mucho verlo en el trueque de ayuda humanitaria por unas clases de religión o en la colonización de las creencias. Ese soborno --aunque, eso sí, con las mejores intenciones-- ha encontrado ahora una nueva forma de expresarse.

Hoy, en la Iglesia Baptista Full Gospel de Greenwood Acres, en Shreveport, los blancos que asistan al servicio religioso oficiado por el obispo negro Fred Caldwell saldrán con algo más que el alma enriquecida: en sus bolsillos tendrán nueve euros de más.

La idea de pagar a los blancos nació hace una semana, cuando Caldwell volvió a encontrarse con que en los bancos de su Iglesia --una congregación con 5.000 devotos-- un 99,9% de sus fieles eran negros. "Nuestras iglesias están demasiado segregadas y el Señor nunca quiso que eso sucediera. Ha llegado el momento de hacer algo radical", explicó.

Apoyándose en una parábola de San Mateo, el obispo anunció que pagará cinco dólares por hora a los blancos por asistir los domingos a su iglesia, donde los servicios duran dos horas. La recompensa se doblará los jueves hasta los 10 dólares por hora, cantidad que según el propio Caldwell "probablemente mejora el sueldo de un McDonald´s o de un Burger King". El dinero saldrá inicialmente de su bolsillo, aunque no descarta echar mano del cepillo si la oferta tiene tan buena acogida como para desbordar su presupuesto.

La propuesta ha generado controversia, pero muchos la defienden. En Shreveport se han recibido ya unas 500 llamadas, muchas de ellas de blancos que felicitan al obispo por su intento de acabar con la división racial y anuncian su presencia renunciando a cobrar. Entre ellos está Ron Ward: "La gente tiene que dejar de estar separada. Quiero ir".

"Dios creó todo, incluyendo el dinero, y el obispo está utilizando ese recurso para atraer a la gente al reino de Dios", defiende Criss Williams, una de las seis fieles blancas con las que ya contaba Caldwell.