Últimamente acostumbro a despertar antes del alba. Acostumbro, así, a dar gracias a Dios por haber sobrevivido a otra noche incierta. Me regocijo paseando por las calles a la espera de las primeras luces del día. Las luminarias de la victoria, que dijo el otro. Siempre se ha creído que los pájaros cantan al amanecer para demostrar la alegría de estar vivos. No sé exactamente qué pudieran opinar los propios pájaros de tal afirmación. Yo, en todo caso, pienso que si non e vero e ben trovato. Porque, más que ruiseñor, soy alondra. Y con los maitines de las alondras vuelvo a la vida. Y al apetito. Al desayuno. Palabra sacrosanta. Para príncipes y para mendigos. ¡Todos debiéramos desayunar como príncipes! Churros, porras, suizos, tarta de galletas, tortillas de esto y lo otro, y de Extremadura sus mil y una tostadas. Tostadas anunciadas como los mandamientos de Moisés, en tablas imperecederas de gloria y santidad. ¡Qué sería de nosotros sin las tostadas de esta tierra gentil!

A Paco Dios (no es mote) le conocí hará más de veinte años cuando trabajaba en el ultramarinos de su familia en la calle Guardia Civil de Badajoz. Luego, durante muchos años, desayuné a diario en la Cafetería Golf que regentó. Paco pertenece a esa legión innúmera de gente que nos da de desayunar. Los arqueros que madrugan. Porque Dios (el otro) ayuda a los arqueros si madrugan. Dios (el mío) dejó el Golf. La bola se le atoraba en cuanto veía un búnker. Mucha gente, mucho gasto, muchos impuestos, mucho de todo… y poco beneficio.

Ahora está al frente de un monoplaza junto al parque de San Francisco. Él y él. A veces biplaza. Poco más. Porque lo de Paco es trabajar sin cuento. Sin literatura, sin matemáticas. Más. Trabajar más. Sin límite de velocidad. Y hablar. Paco habla mientras trabaja. Sin parar. Sin parar de trabajar. Paco es un tipo listo. Pero bueno. Lo de bueno suele ser un inconveniente para trepar también a la hora del desayuno. Yo, que tiendo a perruno, le estoy agradecido por tantos desayunos como le tengo anotados en el debe de mi aprecio. Y le aprecio sinceramente. Por su fino humor. Por su caridad con los desvalidos. Por su valentía de autónomo al cuadrado. Por su sonrisa de bueno. Y por madrugador, por supuesto.

Paco me recuerda a Vicente Trueba, el gran ciclista español. Trueba ganó, en 1933, el primer premio de la montaña que instituyó el Tour de Francia. Trueba subía a tirones. De vez en cuando se apeaba de la bicicleta y se sentaba más allá de la cuneta. Pero siempre había algún compatriota que, al pasar, le picaba y eso le bastaba al de Torrelavega para volver a la pelea por las cumbres. Porque Trueba era el mejor subiendo, pero al mejor también le duelen las piernas al subir. Paco se queja, pero sigue pedaleando como los bravos. Pedaleando para preparar las mejores tostadas del barrio. Y aquí ya sí que mi admiración es rendida. Paco no tiene medida en las tostadas. Como Trueba no tenía medida en las pedaladas, Hay tostadas a las que, a buen seguro, les pierde dinero. Sin duda. Pero Paco, por encima de todo, es anfitrión. Lo suyo no es una cafetería al uso, lo suyo es el salón de su casa. Al menos así me siento tratado y así sospecho que Paco quiere tratar a sus convidados. No sé dónde se estudia eso, pero él lo tiene aprendido.

En estos años creo haber envejecido yo más que Paco. Paco no se puede permitir el lujo de envejecer. Paco anda cabreado, y le sobran las razones para estarlo. La razón que le da el trabajo, las buenas maneras y esa tostada crujiente con tomate, queso y jamón que supera con creces todo lo que la Humanidad ha inventado para matar el hambre del amanecer. Quizá mi favorita. Una de mis favoritas. Todas son ubérrimas. Todas nutricias. Paco, como me conoce el palo, me prepara una de mantequilla y dos mermeladas, fresa y melocotón, con los colores de la bandera nacional. Porque Paco no se tapa. Paco procura hacernos felices. Paco lo ha ido desmontando todo hasta dejar la barra pelada. Solo cariño. El cariño, que alimenta más y paga menos impuestos.

Gracias, Paco. Gracias a todos los que nos dais de desayunar. Porque aunque Dios (el otro) ayuda a los que madrugan, también es cierto, muy cierto, que Dios (el otro) a los que madrugan les da un sueño terrible a eso de las tres de la tarde. Para vosotros mi (nuestro) agradecimiento y, sobre todo, la siesta. Redentora y madre.