Fiel a su estilo rompedor, Benedicto XVI acaba de estrenarse en Twitter. No parece afectarle la limitación de caracteres, quizá porque desde siempre la Iglesia ha entendido el poder de convicción de la brevedad (recuerden el catecismo y sus áridas preguntas y respuestas), así que desde su infalibilidad, se atreve con cualquier tema. Por ejemplo, escribe que la universidad debe vivir la pasión por la verdad sin olvidar la fe, y aboga por buscar el equilibrio entre fe y razón para conocer el verdadero bien. Habla de asuntos tan actuales como la beatificación de una mujer decapitada en la Revolución francesa, y aconseja a los jóvenes que no tengan miedo de ir contracorriente. Y hasta se vuelve poeta para decir que los hombres tienen dentro una sed de infinito, una nostalgia de eternidad y que buscan en la experiencia religiosa un camino para superar su finitud. Todo mientras anuncia nombramientos de obispos y pide a los medios información correcta y libre de ideologías. Sin quitarle su mérito, se me ocurre que antes que en el Twitter, a lo mejor hubiera sido conveniente ponerse al día en otros asuntillos sin importancia, como la condena a la fecundación in vitro o a la experimentación con embriones, ya que habla de ciencia, y si de jóvenes se trata, quizá habría que replantearse la prohibición de los anticonceptivos, por citar solo un ejemplo. O el divorcio, o su postura ante la homosexualidad. Luego, puede añadir las metáforas que quiera, y cerrar con ese gran broche de humor de la información sin ideología. Así, no sé si tendría seguidores en Twitter, pero quizá muchos más en la vida real, que es la que importa.