A Pietro Parolin (Schiavon, región del Véneto, 17 de enero de 1955) le sorprendió que el papa Francisco le nombrara nuevo secretario de Estado del Vaticano, un puesto equiparable al de primer ministro. No era para menos. El todavía nuncio apostólico en Caracas solo se había reunido personalmente en una ocasión con el cardenal Bergoglio antes de que este se convirtiera en Papa.

Por casualidad o por justicia, Parolin ocupará el puesto del cardenal Tarcisio Bertone, quien según la prensa italiana estuvo detrás de la decisión de alejarle de Roma y enviarlo en el 2009 a hacerse cargo del campo minado que eran las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno del difunto Chávez.

A partir del 15 de octubre, este obispo que hizo carrera en el servicio diplomático de la Santa Sede tendrá que hacer gala de sus mejores artes para acompañar al Papa argentino en una reforma del Gobierno de la Iglesia (la curia) que ponga coto al oscurantismo y la corrupción, además de acercar a los fieles desencantados. "No digo que esté asustado, pero sí un poco preocupado frente a la magnitud del compromiso. Podía pensar que me ofrecieran un regreso a Roma, pero nunca podía imaginar que sería un cargo de tanta responsabilidad, ayudando directamente al Papa en el gobierno de la Iglesia", comenta.

--Regresa al Vaticano con un Pontífice que busca cambiar estructuras internas de la Iglesia, así como la relación con los feligreses. ¿Cuáles serán sus principales retos?

--Ayudar al Papa en este doble esfuerzo. En la reforma de la curia romana ya trabajan ocho cardenales que después deben reportar al Santo Padre, quien tomará las decisiones pertinentes. No sé cuál será el papel del secretario de Estado en relación con esta comisión. Imagino que será un trabajo de implementación de las conclusiones. Será un gran desafío. El otro será acercar la Iglesia a la gente. Ya el Papa lo ha dicho y lo ha hecho muy bien en estos meses. Hemos visto un clima nuevo, un espíritu nuevo. Una gran esperanza ha surgido en mucha gente por sentir la Iglesia más cercana a su vida.

--Hay gente que se había alejado de la Iglesia y ahora está volviendo. Se han creado expectativas incluso entre los no católicos...

--Quisiera hacer hincapié en algo: en la Iglesia no hay rupturas porque invisiblemente está guiada por Dios, el Espíritu Santo, que en las variedades de los hombres asegura una continuidad. En los últimos tiempos, por todo lo que ha pasado, había un clima más bien pesado, como un desaliento. Ahora parece que se han abierto un poco las ventanas y se tratará de capitalizar este patrimonio de expectativas que hay.

--Francisco es visto como un reformista, pero los cambios que impulsa tendrán límites, ¿no?

--Cierto. Son los límites de la estructura de la Iglesia, de su dogma y de su tradición. La Iglesia le haría un mal servicio al mundo si su afán fuera solamente el de adaptarse a la mentalidad de este mundo. La Iglesia tiene que ser ella misma, no como institución sino como transparencia de Cristo. Así ofrecerá al mundo un auténtico servicio sin perder su identidad. Ciertamente hay un estilo nuevo, podrá haber también cambios en algunas cuestiones --el Papa buscará tiempos y maneras para afrontarlos--, pero creo que no se puede y no se deben esperar cambios que transformen la Iglesia en el sentido de su contenido profundo. La Iglesia no tiene que buscar la popularidad. Jesucristo no lo hizo, él buscó el crecimiento de las personas para que tuvieran una relación con Dios que les permitiera ser hombres y mujeres verdaderos. Entonces, cercanía pero desde su propuesta, que no es de poder, sino de vida.

--¿Le preocupan el avance del laicismo en Europa y del protestantismo en América Latina?

--Sí, mucho. A todo creyente le tiene que preocupar la secularización, entendida como ausencia de Dios en nuestro mundo. En sus discursos, Benedicto XVI ha pedido que no se apague la luz de Dios en el mundo porque, entonces, se apagará la luz del hombre. El hombre se arriesga a perder el sentido de su existencia. En América Latina tenemos el problema del abandono de la Iglesia católica por parte de bautizados, pero se han hecho esfuerzos notables como el de la quinta Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida (Brasil) para dar empuje de discípulos misioneros a los católicos de modo que vivan su fe como un encuentro personal con Cristo, del cual nace un compromiso misionero. La Iglesia ya está dando y buscando respuestas.

--De allí la invitación del papa Francisco a los jóvenes para que salgan a evangelizar.

--Sí. Viniendo el Papa de América Latina, creo que va a hacer mucho hincapié en esta urgencia de salir al encuentro del mundo de hoy para anunciar a Cristo. Hablamos muchas veces de estructura, de organización, de poder y todo eso, pero a fin de cuentas nuestra fe, el Evangelio, es un ofrecimiento de vida plena y significativa.

--El analista Ignazio Ingrao, del semanario Panorama, considera que usted deberá devolver a la Santa Sede su lugar en la comunidad internacional.

--Es bueno que nos preocupemos por que haya una presencia más activa de la diplomacia de la Santa Sede. El reto fundamental después de la caída del muro de Berlín y del nacimiento de un mundo multipolar es buscar el encuentro de estas realidades diferentes y hacer que estas diferencias (políticas, sociales, culturales y religiosas) no sean contraposiciones y conflictos sino que ayuden a crecer a la sociedad en la paz, en la solidaridad y en la justicia. Este es el gran desafío del mundo de hoy.

--¿Vislumbra un papel para la Iglesia en la guerra de Siria?

--Ante esta tragedia el Vaticano se ha movido mucho en los últimos tiempos con las armas de los creyentes: la oración y el ayuno. Iniciativas en las que participan también los no cristianos. Además, aunque no tengo detalles, sé que hubo una convocatoria de todos los embajadores ante la Santa Sede. En términos teóricos, el desafío es que los cristianos sean factor de reconciliación entre los diferentes grupos. Por supuesto primero hay que buscar una solución al conflicto armado.