Cada vez me resultan más ofensivas las personas que cuentan todo, que preguntan todo. Y lo que es peor, que esperan que respondas a sus preguntas, aunque estén invadiendo tu vida privada. Para este tipo de gente no existen tabúes, ninguno. La muerte no es tabú. Ni las enfermedades. Para ellas, el prestigio social se mide por el detalle con que se cuentan síntomas, curas y amputaciones. Por supuesto, la truculencia es un grado: mi suegro se puso así, como negro, y se murió en dos días. Un lunes entró mi abuelo con infección y duró hasta el martes. La regla no es tabú. El embarazo, tampoco. Todo lo contrario. Son cosas naturales y normales, hasta ahí de acuerdo, pero tampoco se trata de retransmitir el partido a tus compañeros de trabajo: partos, desgarros, episiotomías, pezones agrietados, sacamocos. Color y consistencia de las heces de los bebés. Vómitos. Orines. La concepción tampoco es tabú. Ni los días fértiles. Y mucho menos el sexo en general. Variantes y posturas. Frecuencia. Descripciones exactas. Vocabulario escogido. Pues mi novia...Yo hace seis meses que no lo cato. Van a tener que quitarme las telarañas. O entrar con el maquinillo. Echas más polvos que una sulfatadora. Tampoco es tabú la orientación sexual de los demás, siempre con algún pero. Yo respeto a los homosexuales, pero...Yo no tengo nada en contra de las lesbianas, pero... Para estas personas, lo natural no es nacer, crecer, reproducirse y morir, sino contarlo con todo lujo de detalles. La intimidad ya no existe. Luego nos extrañamos de que llamen a Belén Esteban la princesa del pueblo. Lo raro es que no la hayan convertido en reina.