Una niña que ahora tiene cinco meses de vida, Esther Bota, estaba destinada a nacer con una malformación congénita muy grave, llamada mielomeningocele o espina bífida. No ha sido de esta forma gracias a la intervención quirúrgica que se le hizo cuando se encontraba en la semana 24 de su gestación. Los cirujanos, de la unidad de medicina fetal del Hospital de Valle de Hebron, de Barcelona, accedieron al feto abriendo el útero de su madre, como si se tratara de un parto por cesárea.

En la operación se empleó un recurso innovador, un parche de material biológico compuesto de colágeno y elastina, que eventualmente cubrió la lesión y posteriormente quedó recubierto por la propia piel de la niña.

La espina bífida es una alteración fetal de gravísimas consecuencias y difícil resolución una vez ha nacido el niño. Esta malformación, que se suele iniciar en la semana 20 de gestación, impide que la columna vertebral del feto se cierre, provocando que la médula espinal entre en contacto con el líquido amniótico que lo rodea, lo que altera su sistema nervioso central.

Los ninos que la sufren tienen problemas para caminar, no controlan sus esfínteres y padecen hidrocefalia, entre otras lesiones. Esther ha nacido con movilidad en las extremidades.