"Gran día para ir en bici". La novia de Dave Parsons, con sus katiuskas verdes, hacía fotos a su pareja con los pies metidos en un pequeño gran charco y la elegante bici en alto en South Street, bajo el puente de Manhattan, uno de los pocos lugares donde, al mediodía, los acuosos efectos del Irene eran aún visibles.

El esperado huracán que llevó a la ciudad a aplicar medidas sin precedentes como el cierre de todo el sistema de transporte público y la evacuación forzosa de los residentes en viviendas de protección oficial había pasado como una discreta tormenta tropical sin provocar graves desperfectos por Manhattan. Y en el corazón de una ciudad salpicada por hojas, ramas y cadáveres de paraguas y algo fantasmagórica por la falta de tráfico y porque la inmensa mayoría de negocios se cerraron, se palpaba una mezcla de tranquilidad, agradecimiento, reproche y anómala vuelta a la normalidad.

"Sin duda esta es una ciudad de millonarios y probablemente habrá que debatir por qué a los residentes de viviendas subvencionadas se les obliga a salir de sus casas cortándoles la luz y el agua mientras a los de viviendas privadas se les deja que tomen la decisión", razonaba.

El debate está servido. ¿Se excedió la ciudad en la alarma y las medidas preventivas? ¿Fue adecuado cerrar la red de transporte un golpe económico sensible a muchos negocios de la ciudad en fin de semana? ¿Se usó doble baremo para instar a las evacuaciones? El alcalde sabe la que se le viene encima y ayer mismo defendía su actuación. "Simplemente no estábamos dispuestos a arriesgar la vida de los neoyorquinos", dijo. ±Volvería a hacerlo".