TCtrisis es la palabra inevitable este verano en cualquier conversación. En todos los lugares en los que hemos ido recalando estas vacaciones se hablaba de lo mismo; crisis que se ha llevado por delante las numerosas grúas que ya formaban parte del paisaje urbano de esta localidad costera del Cantábrico en la que me encuentro; ha sido barrida la febril actividad constructora que durante años vivió Castro Urdiales , han desaparecido inmobiliarias que crecieron a la sombra del negocio de la edificación y han ido apareciendo carteles de se vende en más de un balcón o terraza. Julio se nos ha ido, me decían en un conocido restaurante, y los resultados son malos porque la gente tiene que pagar los créditos con intereses cada vez más altos, se le viene encima la subida de la luz, el combustible tiene un coste que es ya insoportable y, encima, les están hablando de moderación salarial cuando lo que hay que moderar es el precio del dinero que nos está arruinando. Así me hablaba este hombre poniendo a la caja registradora por testigo de los escasos resultados con los que cierra cada noche.

A punto de acabar las vacaciones miro hacia adelante. Entraré en un tiempo de ajuste, echaré el cierre, si Dios quiere, hasta el año que viene. Apuro los últimos días no queriendo caer en la desesperanza. Desearía que todo esto fuera como una fuerte tormenta de verano que al pasar deja el cielo azul y el ambiente renovado. Creo que será así y que, al final del túnel, iniciaremos otro ciclo con una economía sin el ladrillo como locomotora. Serán otros sectores productivos los que generen la nueva riqueza y nos harán más competitivos. Mientras tanto tendremos que cambiar de plato en la bici y levantarnos del sillín para la subida.