Amar a la Iglesia significa siempre tomar decisiones difíciles y sufridas". Tras su decisión de renunciar, Benedicto XVI se despidió ayer de los católicos con estas palabras y muchos agradecimientos, incluso para los informadores. Hoy, en su último día como Papa, un helicóptero le trasladará a las cinco de la tarde a la residencia de Castelgandolfo y a las ocho comenzará la sede vacante.

Terminan así casi ocho años, "con momentos de alegría y luz y otros difíciles", como dijo ayer Joseph Ratzinger en la plaza de San Pedro, de un papado que no ha tenido ni un minuto de tranquilidad y que se han caracterizado por el rigor, herramienta insuficiente no obstante para domesticar a los poderes fácticos del Vaticano. Pederastia clerical, corrupción interna, fuga de documentos reservados, lobis de poder y sexuales... Según ha calculado un nuncio del Papa, en su pontificado Benedicto XVI ha hecho renunciar a un promedio de dos o tres obispos por mes, porque sus diócesis no funcionaban o presentaban demasiados enredos. De todo ha salido en este periodo, en el que, desde el principio, el Papa, apodado el mastín, comenzó una labor de limpieza interna que al parecer ha podido con él.

Una parte de lo sucedido está en un informe de 300 páginas que han redactado tres ancianos cardenales nombrados por el Papa, en el que se radiografía, con nombres y apellidos, el Gobierno central (curia) de la Iglesia y del Estado del Vaticano. Lo han entregado a Benedicto XVI, que lo dará solo a su sucesor. "Ha habido momentos en los que las aguas eran agitadas y el viento contrario, como ha sido en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir", recordó ayer.

En intervenciones anteriores una vez anunciada su renuncia sus dardos a la curia fueron más explícitos. Advirtió, por ejemplo, de que "muchos están prestos a rasgarse las vestiduras frente a escándalos e injusticias --naturalmente cometidas por otros--", mientras que "pocos parecen dispuestos a actuar en su propio corazón, su propia conciencia y sus propias intenciones". E invitó a "no instrumentalizar a Dios para fines propios" y a no creer que "la verdadera realidad esté en el poder".

A sus 86 años, Ratzinger apareció ayer en bastante buena forma, sonriente incluso, tímido como siempre, si bien cogió a un par de niños en brazos y dio varias veces las gracias a las aproximadamente 100.000 personas que acudieron a despedirle. Algunos lloraban, a otros les parecía "normal" que se retirase y los más jóvenes enarbolaban pancartas de agradecimiento. Presenciaron la última audiencia de Benedicto XVI unos 70 cardenales, la mayoría jubilados, y algunos jefes de Gobierno.

Al final de su discurso, pidió a los presentes que no olviden rezar por los cardenales que deben elegir a su sucesor. "Que el Señor les acompañe con la luz y la fuerza", dijo, aunque enigmáticamente añadió que su próximo "silencio no revoca" el hecho de que uno "es papa para siempre, no existe vuelta a lo privado".

EL FUTURO "Luz y fuerza" les harán falta a los cardenales para examinar las muchas y transcendentales cuestiones que Benedicto XVI les deja sobre la mesa y que, a partir del próximo lunes, deberán afrontar los 209 miembros del Senado católico. Solo 114 de ellos serán electores del sucesor. Los demás, que han superado los 80 años, podrán solo participar en las conversaciones preparatorias. "En los momentos difíciles el Señor no abandona nunca a su Iglesia", subrayó ayer el Papa.

Las maniobras para elegir al sucesor empezaron el día siguiente al anuncio de la dimisión. Pero será tras el comienzo de las reuniones de los cardenales, a partir del martes, cuando empiecen a atisbarse los bloques de electores que defenderán una u otra línea y, por consiguiente, la selección de los papables. Por el momento, parece evidente a la mayoría de observadores que la dialéctica electoral apuntará a proseguir la labor de Ratzinger para reformar la estructura católica, pero por dos caminos distintos. Según se desprende de las aún raras escaramuzas públicas, la batalla será entre quienes consideran oportuno un hombre fuerte y capaz de reformar, o bien sumar al candidato ideal para las reformas el valor añadido de ser un carismático que devuelva a la Iglesia el prestigio perdido.