Las comarcas de Las Villuercas y Los Ibores forman uno de los tres eslabones de la cordillera Oretana junto con los Montes de Toledo y la Sierra de San Pedro. Los estratos geológicos más antiguos datan del periodo ordovícico. Estos estratos fueron plegados durante la gran orogenia hercínica que afecta a la península ibérica apareciendo agrestes estructuras montañosas. Estas zonas resultaron afectadas por los procesos erosivos y en la orogenia alpina de nuevo se produjo un rejuvenecimiento del paisaje dando lugar a fallas que dividen el terreno en zonas hundidas y otras levantadas. Las consecuencias del plegamiento se observan en varios anticlinales y sinclinales, dominando actualmente el pico Villuercas con una altitud de 1601 metros. Cerca del mismo nacen los ríos Guadarranque, Gargáligas, Guadalupejo y Ruecas, que vierten al Guadiana; y Gualija, Ibor y Almonte, que tributan al Tajo.

En el ascenso por cualquiera de las múltiples sendas que surcan la zona se hallan formaciones de pizarras desprendidas en lascas, utilizadas ampliamente por los habitantes en las construcciones rurales y urbanas; mientras, en las partes superiores abundan las cuarcitas armoricanas, rocas más resistentes a la erosión que las pizarras, que vigilan desde la lontananza el extenso valle, donde se asientan poblaciones como Berzocana, Navezuelas, Roturas, Cabañas del Castillo o Castañar de Ibor y la más emblemática de la comarca: Guadalupe.

Los pueblos de las Villuercas e Ibores se encuentran en estrecha relación con el medio, dedicándose sus habitantes a la ganadería, la agricultura y el turismo. Este turismo llega a la zona atraído tanto por la enorme belleza de sus paisajes como por la presencia de la importante figura del monasterio de Guadalupe.

Estas dos comarcas extremeñas destacan por la amabilidad de sus gentes y la generosidad del paisaje, manifestado en una exuberante riqueza botánica y faunística. Ambas van ligadas a un clima mediterráneo con las temperaturas más bajas de la región y con mayor índice de precipitaciones por la influencia orográfica, desarrollándose ecosistemas propios de diferentes altitudes: en alta montaña encontramos densos bosques de robles melojos, desnudos en la estación fría, pero que en la primavera renacen con todo su esplendor foliar, acompañados de vastas plantaciones de castaños, un sostén económico de la población.

Entre las formaciones arbóreas observamos un importante estrato arbustivo donde domina el brezo, que en su variedad blanca da nombre a Berzocana (brezo cano). En las laderas y zonas más bajas se encuentran madroños, durillos, loros, lentiscos, encinas, alcornoques, olivos y cerezos. En nuestro camino entre estos arbustos y árboles vamos quedando impregnados del ládano que desprende la jara pringosa, típica del matorral mediterráneo y de los olores de tomillos, mejoranas, romeros, oréganos y lavándulas.

En las riberas de los arroyos que bajan desde las zonas más altas surgen alisos, álamos, fresnos, abedules y sauces, cuyas ramas dan cobijo y descanso al viajero.

Tan generosa y variada vegetación ha permitido la presencia de una fauna representada por gran cantidad de especies de vertebrados: peces, anfibios, reptiles, aves y pequeños mamíferos, muchos de los cuales son el soporte alimenticio de los depredadores, como las grandes aves rapaces --águilas reales, imperiales, perdiceras, calzadas, culebreras, que dominan el cielo junto a cigüeñas negras, alimoches, buitres negros y leonados-- y mamíferos carnívoros: nutria, garduña, zorro, gato montés. Los grandes mamíferos están representados por corzos (las mejores poblaciones de la región), ciervos, jabalíes.

PROBLEMITICA AMBIENTAL

La construcción de pistas desproporcionadas en relación a las necesidades de uso y la generalizada adecuación de carreteras (actuaciones necesarias pero ejecutadas excesiva e insensiblemente) están afectando gravemente al paisaje, al igual que las recientes presas en puntos de cabecera que, entre otros atropellos, destruyen la vegetación natural. El desmonte de laderas con un fin agrícola, el progresivo avance de viviendas como segundas residencias en suelo no urbanizable y la presencia de un turismo incontrolado predisponen a la zona a una pérdida de sus extraordinarios valores naturales, proceso que no se paraliza ni siquiera con la reciente declaración de ZEPA.