Del libro de Proverbios de la Biblia sacó el Mosad los dos lemas que ha tenido a lo largo de su historia. Primero echó mano de Proverbios 14:6, porque con ingenio harás la guerra y en la multitud de consejos está la victoria, pero con el tiempo parece que ya no gustó y optó por el 11:14, no muy distinto, donde no hay buen consejo el pueblo cae, pero en la abundancia de consejos está la victoria. Las dos elecciones parecen igual de sabias. Podían haber errado el tiro, algo, como se verá después, no tan extraño en el supuestamente infalible servicio secreto israelí. Podían haber errado el tiro porque Proverbios es a veces tan desconcertante como los aforismos de Paulo Coelho. Gloriosa corona es la calvicie, que se consigue practicando la justicia. No es de Coelho, es el verso 16:31 del libro, se supone que una loa de la vejez. Un lema que también seria sensato para cualquier servicio secreto, mejor nos iría. Los proverbios bíblicos, que según la tradición judeocristiana fueron pronunciados la mayoría de ellos por el mismísimo rey Salomón, son así, un saber oceánico, por eso no habría que descartar que alguno de ellos haya guiado los pasos de Israel en Netflix: Eclipsa tu presente con tus años de gloria. O algo así.

Un perfecto ejemplo es el reciente estreno de 'The spy' (Netflix), biografía en seis capítulos del asombroso caso de Eli Cohen, el más exitoso de los agentes del Mosad, un caso verídico, el Edmund Hillary del espionaje, un personaje del que se podría decir, por no desvelar el final de su historia a quienes no la conozcan, que fue el Cid israelí, un tipo capaz de ganar batallas después de muerto. Los Altos del Golán deberían llevar su nombre. Encarna a aquel héroe nacional Sacha Baron Cohen, sí, el padre del tanga con tirantes, con una sobria interpretación en las antípodas de lo que es habitual en él. Dicen que quiere ser el nuevo Peter Sellers, ese tipo indescifrable. Allá él.

Pero lo interesante para esta contraportada es Gideon Raff, el director, un 'sabra', literalmente un higo chumbo, dulce por dentro y rodeado de espinas, así llamaban en Israel a las primeras generaciones de nacidos en el nuevo Estado, un cineasta que despuntó primero con guiones de ficción, como Hatufim, serie que tanto éxito tuvo en Israel que se reencarnó después como la popularísima 'Homeland' (Fox), pero que muy pronto descubrió que no merece la pena sentarse delante de una hoja en blanco y sufrir por desarrollar un guion si se tiene a mano un un yacimiento de historias tan inagotable como el propio Mosad. Ya ha llevado dos archivos a la pantalla, el caso de Eli Cohen y, casi simultáneamente, un largometraje estrenado en la misma plataforma, 'Rescate en el mar Rojo', una de las más inverosímiles a la par que reales operaciones del Mosad, el salvamento de los descendientes de la reina de Saba, aquella que dióle al rey Salomón todo lo que deseaba, pidiera lo que pidiera, aparte de lo que le dio de su tesoro real (elegante manera de dar a entender que hubo más que preliminares) y que de regreso a casa expandió las fronteras del judaísmo. El rescate del título de la película de Raff consistió en dar vida a un resort turístico en la costa de Sudán donde lo único auténtico eran los turistas. El personal tras el mostrador de la recepción era en realidad una troupe del Mosad, que de noche utilizaba la infraestructura para llevarse a los judíos de la belicosa Etiopía a Jerusalén. Fueron miles. Cuando se descubrió el pastel, los turistas se levantaron una mañana y no había desayuno. Como eran gentiles, Raff no les dedica ni una escena final.

Durante años se dijo que nadie había hecho más por la causa judía que Paul Newman cuando aceptó interpretar (aunque con unas licencias históricas que ni Jordi Bilbeny) a Ari Ben Canaán como capitán del 'Exodus'. Gideon Raff parece empeñado en tomar el testigo y correr el siguiente relevo con un repaso acrítico de las hazañas del Mosad, que no son pocas.

En 1991 se publicó en España un curioso libro, aunque algo olvidado, 'Por el camino de la decepción, las confesiones de Victor Ostrovsky, un exespía israelí desencantado porque su país había pasado de secuestrar en 1960 a Adolf Eichmann, mira qué bien, a raptar en 1988 a uno de los suyos, Mordejái Vanunu, el empleado de la central nuclear de Dimona que reveló al mundo que Israel, efectivamente, tenía la bomba atómica, mira qué mal. En aquel libro se relataban con bastante gracia algunas misiones del Mosad, como ese rescate de los judíos de Etiopía (por cierto, muy mal acogidos después en su nuevo hogar) y se daban detalles inesperados del funcionamiento de la agencia. Contaba Ostrovsky, por ejemplo, que el Mosad funcionaba en realidad como hoy lo hace Glovo, con una plantilla fija de espías muy corta y con una legión de falsos autónomos, gentes que cobraban y se jugaban la vida por informar, como Durak Kasim, chófer, guardaespaldas y proveedor oficial de jovencitos (eso sostenía el autor) de nada menos que Yaser Arafat, un tipo que perdió una pierna en uno de tantos atentados que el líder palestino sufrió a manos de (he aquí la prueba del nueve de que hasta el Mosad yerra el tiro) sus archienemigos israelís. Ni siquiera le avisaron.

En resumen, que Netflix, cuyo catálogo incluye un hagiográfico documental sobre la historia del Mosad, parece que es lo suficientemente kosher como para que, quien sea, haya decidido practicar una interesante variante del presentismo histórico, ese error que consiste en juzgar el pasado con la mirada de hoy en día. 'The spy', en una pirueta inversa, trata de reinterpretar el presente con los ojos del pasado, el de aquel tiempo en que la eficacia y la determinación del Mosad despertaban admiración. David contra Goliat. Aquella luna de miel, por poner una fecha, terminó abruptamente en 1982, con la invasión israelí del Líbano. David era el nuevo Goliat. De lo que vino tras esa fecha, ni mú en Netflix