Estamos preocupados porque desconocemos cuál será nuestro destino. No sé si llegaremos a la ruptura pero la crispación crece día a día», expresa Francisco Ladera, que tiene 62 años y aterrizó hace 37 en L’Hospitalet de Llobregat desde la localidad pacense de Feria. «Yo quiero que el referéndum sea legal para poder votar que no haya independencia», añade su hija Inmaculada, que nació en Cataluña pero acude con asiduidad al hogar extremeño --donde practica bailes regionales-- para conservar las raíces de su familia. «Nosotros tenemos suerte porque en casa todos pensamos igual, de manera que no hay confrontación», apunta el padre.

Desde Santa Margarida de Montbui, Dolores Herrero, de 69 años y procedente de Santa Amalia, expresa: «Es que nadie nos ha explicado, de verdad, qué pasaría si fuéramos independientes». Y agrega: «Tengo unos sobrinos, de mi hermano, con los que ya no se puede hablar de este tema porque las posturas están cada vez más separadas. Yo me siento extremeña, catalana y española, y no quiero elegir. Y mi hija que nació en Cataluña y ahora vive en Londres le habla a mi nieta, de 4 años, en catalán para que aprenda otra lengua más».

Carmen Arroyo, vicepresidenta del hogar extremeño en Barcelona, ciudad a la que llegó desde Navalvillar de Pela con 21 años (ahora tiene 68), manifiesta: «Da mucha pena, porque antes podías hablar, debatir, compartir opiniones, y ahora hay demasiada tensión, el clima está enrarecido, es incómodo. Sentimos decepción, cansancio y tristeza porque además la sociedad catalana siempre ha sido muy acogedora».

«Ocurre, a veces --apostilla Manuel Guerrero, que se crió en Azuaga pero hace más de medio siglo que reside en Barcelona--, que los hijos de emigrantes como nosotros son los que se van más al extremo por la falta de arraigo, porque no se sienten ni de un sitio ni de otro y necesitan identificarse».

UN LUGAR PARA PROSPERAR / Son las voces de extremeños que en su juventud tuvieron que dejar su tierra natal en busca de un lugar en el que prosperar. Así se asentaron en Cataluña (actualmente, según los datos del INE, hay unos 120.000), donde han nacido sus hijos y, en algunos casos, sus nietos.

Más allá de la confrontación política por el referéndum convocado para el 1 de octubre (declarado ilegal por parte del Gobierno central) y de los argumentos a favor y en contra de la independencia o de celebrar la votación en la fecha elegida, sus propias experiencias vienen a ser un ejemplo de cómo la sociedad catalana (en la que abundan emigrantes no solo extremeños, sino también andaluces, gallegos, murcianos... ) vive el día a día de una realidad cada más vez más compleja porque el debate ha tornado en «el enfrentamiento de conmigo o contra mí, porque o eres nacionalista, o eres facha», asegura Manuel.

Ellos ponen el foco en que hay temor a expresar algunas ideas, que la división no solo se da en las familias, sino también en los grupos de amigos, y que el futuro se plantea muy incierto. Y coinciden claramente en culpar a ambos gobiernos (el catalán y el español) del clima de crispación que se ha trasladado a la calle. «Aunque por otra parte una cosa son los políticos y otra la ciudadanía, que tampoco significa que estemos todo el tiempo enemistados, pero es cierto que los dirigentes, de un sitio y de otro, no han sabido hacerlo nada bien y nos encontramos en una situación límite», asegura Francisco. Recuerda que hace poco celebró la boda de su hija y acudieron a Cataluña familiares de su pueblo: «Se quedaron muy sorprendidos porque decían que no tiene nada que ver lo que se cuenta de aquí con la realidad. Por ejemplo con el idioma: nosotros si nos hablan en castellano pues contestamos en ese idioma; y si es en catalán, pues lo mismo, no hay ningún problema, somos bilingües», expresa este profesor de un centro educativo gestionado por una cooperativa.

GRAN MALESTAR / Carmen insiste en el problema que hay en muchos hogares de emigrantes extremeños: «Hay casos de familias en las que un hijo es independentista y otro no. Al final se crea una fuerte división que provoca malestar. La solución, a veces, es que ya no se ven para evitar discusiones. Eso nos está pasando». «Aquí en el hogar extremeño de Barcelona --prosigue-- esta semana por ejemplo hemos tenido el aula de poesía, y ha venido gente que es independentista y otra que no. Pasamos un buen rato leyendo poemas pero sabemos que ese tema no se puede tocar porque al final, con todo lo que está pasando, la crispación se contagia en un sentido y en el otro».

Dolores, que llegó con apenas 17 años a Cataluña y se casó con un catalán, reflexiona: «Hay emigrantes con un fuerte sentimiento de agradecimiento a esta tierra porque aquí pudieron venir a trabajar, y eso les influye a la hora de tener sus propias ideas. Pero yo lo que pienso es que nadie nos ha regalado nada, que lo hemos trabajado con nuestro sudor». «Aunque es cierto --continúa-- que nosotros vinimos porque mi padre era Guardia Civil y lo trasladaron aquí, no fue por una necesidad económica». El pueblo donde vive ahora, Santa Margarida de Montbui (unos 9.000 habitantes), tiene una historia peculiar: los barrios de las afueras fueron construidos por trabajadores extremeños y andaluces que empezaron a llegar en los años 50.

«NUESTRA VIDA ESTÁ AQUÍ» / «Muchos dicen que se vuelven a su pueblo si la situación se complica, pero en el fondo nadie se quiere ir porque aquí están nuestros hijos, nuestros nietos, nuestra vida... Somos parte de esta tierra y queremos seguir siéndolo», declara Manuel, que ya está en edad de jubilarse pero sigue en su negocio, una asesoría con varios empleados.

Se sienten confusos, inquietos y temerosos; quieren que pase ya la fecha señalada (el 1-O) para que el ambiente no se siga envenenando más. Y tienen claro que la situación a la que se ha llegado -independientemente de las ideas y argumentos de la ciudadanía- ha sido provocada por dirigentes políticos de ambos lados que no han sabido medir las consecuencias.