Un grupo de científicos de la Universidad de Harvard ha logrado desentrañar algunos de los misterios que eternamente se han creado alrededor de los pulpos. Estos cefalópodos cuentan con increíbles habilidades, sobre todo en sus ochos brazos. Los mismos funcionan a partir de un sistema nervioso en gran medida independiente al central que coordina el organismo, con receptores que combinan tacto y gusto. De acuerdo a una nota de prensa, esta característica los hace únicos y les brinda ventajas para reconocer a sus presas.

La literatura, el cine y hasta la música popular están repletas de referencias a los pulpos. Son una de las especies que siempre ha cautivado al ser humano, tanto por su increíble figura como por sus asombrosas capacidades. Reinando en la oscuridad de las profundidades del mar con sus ocho brazos y su arte para el camuflaje, los pulpos llaman la atención por sus notables diferencias con el resto de las especies.

Para conocer más sobre las ventosas que poseen los pulpos en sus brazos, la ciencia ha encarado múltiples trabajos en el área de la biomecánica, pero muy poco se ha investigado a nivel molecular. Ahora, el estudio de los investigadores estadounidenses se ha centrado en esta cuestión, descubriendo una nueva familia de sensores en la primera capa de células dentro de las ventosas.

Estos sensores han logrado adaptarse para reaccionar y detectar moléculas que no se disuelven bien en agua. Gracias a estas moléculas, los receptores quimiotáctiles ayudan a los pulpos a descubrir aquello que tocan sumando sensaciones gustativas a la experiencia táctil, para poder identificar así a una posible presa con una mayor diversidad y riqueza de recursos.

Un sistema único

En consecuencia, cuando un pulpo toca una piedra y no siente ninguna presencia con el tacto, los receptores químicos presentes en las ventosas de sus brazos le permiten saber si en las cercanías puede haber una presa, como por ejemplo un cangrejo. Si detecta las moléculas indicadas, o sea el “sabor” de su futuro alimento, seguirá buscando en la zona hasta dar con el cangrejo, como se puede ver en este video que forma parte de la investigación.

Los científicos creen que a partir de los avances concretados con esta investigación será posible descubrir sistemas receptores similares en otros invertebrados marinos. Llegando al fondo del funcionamiento molecular de estos sistemas se podrá determinar cómo evolucionaron las capacidades de los pulpos para adaptarse de forma tan eficiente a su entorno.

Según Nicholas Bellono, profesor asistente de biología molecular y celular en Harvard y director del estudio, “este hallazgo es importante porque podría facilitarnos el acceso a la complejidad del sistema de percepción del pulpo. El objetivo es llegar a entender cómo puede procesar una gran variedad de señales usando su sistema nervioso semiautónomo de brazos, para producir comportamientos complejos y adaptarse al entorno”.

Brazos “inteligentes”

Los brazos de los pulpos son extremadamente diferentes a los de otras especies. Casi un 60% de las neuronas de un pulpo se localizan en sus brazos, operando de forma parcialmente independiente a su cerebro. En un principio, los investigadores identificaron las células de las ventosas presentes en los brazos de los pulpos que poseen los receptores táctiles y químicos. Los aislaron y clonaron, y luego de una serie de experimentos confirmaron que los pulpos tomaban decisiones y reaccionaban inmediatamente ante estímulos químicos de su interés.

Considerando que no existe nada parecido a estos receptores en las células de otras especies, los expertos sostienen que la identificación de este proceso puede ser de gran utilidad para conocer más sobre el comportamiento quimiotáctil marino. También destacaron que podría existir una gran cantidad de compuestos naturales desconocidos capaces de estimular estos receptores y generar así comportamientos complejos.

Referencia

Molecular Basis of Chemotactile Sensation in Octopus. ena van Giesen, Peter B. Kilian, Corey A.H. Allard, Nicholas W. Bellono. Cell (2020).DOI: https://doi.org/10.1016/j.cell.2020.09.008

Foto: Taken en Pixabay.

Video: Peter B. Kilian.