La imagen de Africa en el cine occidental ha mudado de piel en los últimos años. El viejo escenario de exóticas aventuras coloniales y fascinantes documentales de zoología es hoy el teatro de los horrores y la violencia absoluta: los genocidios, las guerras civiles, los niños soldados, las hambrunas y el tráfico de mercancías en sus variantes más abyectas nutren numerosas propuestas cinematográficas a medio camino entre la denuncia política y el sentido del espectáculo. Recientemente se estrenó en España el penúltimo ejemplo de esta tendencia al alza: Diamante de sangre , de Edward Zwick, ambientada en la guerra civil de Sierra Leona, en 1999, con el tráfico de diamantes y armas como telón de fondo. Y el día 23 llega a las salas El último rey de Escocia , de Kevin Macdonald, acercamiento a la aterradora figura de Idi Amin, el sanguinario dictador que reinó en Uganda en los años 70.

Africa está de moda en el cine. En verdad, es la miseria de Africa, su desdicha perenne, lo que está de moda. El continente negro es, en la gran pantalla, la tierra de todos los peligros y de todas las desgracias. Espoleado acaso por el sentido de culpa y responsabilidad, el cine occidental ha apuntado hacia allí sus cámaras con una frecuencia inusual en los tres últimos años: el genocidio entre vecinos (Hotel Rwanda , de Terry George), el tráfico de armas (El señor de la guerra , de Andrew Niccol), la corrupción de la industria farmacéutica (El jardinero fiel , de Fernando Meirelles), el apartheid surafricano (Tsotsi , de Gavin Hood, y Atrapa el fuego , de Phillip Noyce) y la destrucción de la biodiversidad en beneficio, otra vez, del tráfico de armas (La pesadilla de Darwin , de Hubert Sauper) han sido temas de honda gravedad tratados con diferente tono, pero siempre con afán de denuncia.

"La conciencia política puede inculcarse a través del entretenimiento tanto o más que a través de la retórica", asegura Zwick, director de Diamante de sangre . "Yo considero que películas como El jardinero fiel son una especie de señal de alarma. No pueden cambiar el mundo, pero al menos pueden aclarar lo que pasa en él", defiende su realizador, Fernando Meirelles. "Cualquier filme de entretenimiento, aunque aparentemente no sea político, tiene un significado político detrás. El cine es todavía el medio más influyente, por eso creo en una especie de responsabilidad en lo que hacemos", sentencia Andrew Niccol, director de El señor de la guerra .

Desde Africa, sin embargo, se observa con recelo y distancia esta bienintencionada mirada occidental. ¿Pero Africa es solo así? ¿Hay vida más allá del infierno? Este cine traslada una imagen debastadora, pero también genera dudas la ambigüedad de propósitos tan distintos como son la denuncia política y la recaudación en taquilla. "No tengo nada en contra de este tipo de cine, pero no hay que perder de vista que estas películas, por encima de todo, están hechas para distraer. Yo no reconozco mi Africa en ellas", afirma Newton Aduaka, el director de Ezra , filme sobre el drama de los niños soldado presentado en Sundance-2007 con, obviamente, llanto y crujir de dientes entre la audiencia indie del festival. Africa duele.