El cine provoca, a veces, un juego de empatías y rechazos. En muchas películas no se produce ninguna vinculación emocional entre sus personajes y los espectadores, mientras que en otras esa relación es primordial.

Es el caso de Wilbur se quiere suicidar , la nueva película de la autora de Italiano para principiantes , Lone Scherfig.

Los personajes principales son dos hermanos treintañeros que regentan una librería de segunda mano en Glasgow.

Uno, Wilbur, lleva incontables intentos de suicidio. El otro, Harbour, es un tipo afable cuya preocupación es proteger a su hermano, hasta que irrumpe una joven separada y con una hija de la que ambos, a su manera, se enamorarán.

Pero el triángulo sentimental, que existe pasada la medular de la cinta, es sólo uno de los puntos de apoyo. Scherfig apuesta desde el principio por un tono de tragicomedia; mejor, de comedia negra.

Aquí empiezan a producirse las simpatías o los rechazos, según el espectador. Estamos ante una película de sensaciones contradictorias, las mismas que experimenta Wilbur a lo largo de su discontinua existencia.

Hay secuencias enteras en las que uno pide a gritos que consuma el suicidio. Wilbur se hace antipático y entrañable a la par, y esta dualidad se reproduce en la película en general pese a que la realizadora no consigue el equilibrio entre tragedia y comedia.

El intérprete Jamie Sives (Wilbur) ganó el premio al mejor actor en la última edición del festival cinematográfico de Valladolid, pero Adrian Rawlins, que interpreta a Harbour en esta película, le da mil vueltas en un personaje más simple y a la vez difícil de matizar.

En definitiva, esta coproducción entre Dinamarca y Gran Bretaña es una tragicomedia hilvanada con un suicida crónico. La realizadora, Lone Scherfig, utiliza la ironía como hilo conductor de su último filme.