La Curva de la Felicidad nos presenta hombres frágiles, indecisos, inseguros, que provocan la risa del público, mientras que poco a poco van mostrando su cara humana, su ternura, su tremenda soledad, que acaba conquistando el corazón de los espectadores. De la obra, se desprende en clave de humor, que referirse a esa prominencia que se forma en el vientre masculino a base de cervezas y tapitas del bar, es hablar de crisis. Pero también el momento de hacer todo tipo de locuras para volver al mismo sitio: la búsqueda de la estabilidad. Después del desastre conyugal, Quino tendrá que enfrentarse a la venta de la vivienda común y a la compra de un apartamento en el que pasar sus nuevas noches solitarias. Una situación de lo más rutinaria pero que cuenta con el problema añadido de que Quino no sabe decir «no».

Por debajo de la risa y más allá de la sonrisa late en La Curva de la Felicidad el rostro amargo de la vida, la realidad de la vida en pareja, el conflicto terrible de enfrentarse a la soledad, como le pasa al protagonista de la comedia.

Todos los que han atravesado la crisis de los 50 saben que el hombre es el sexo débil de la pareja: inseguro, indeciso y frágil. Aunque sueñen con irse de marcha, les asusta vivir solos y volver solos a casa después de unas noches locas que nunca son tan locas. En su delirio, llegan a imaginar que su madurez es poderoso imán que atrae a las mujeres de 30 e incluso más jóvenes.

Quino, el protagonista, de 50 años, interpretado con humor y ternura por Gabino Diego, guionista de televisión, víctima del trabajo inestable y en plena crisis de los cincuenta, es abandonado por su mujer: “por gordo y por calvo”, asegura que le dijo su mujer al irse.