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GENTE QUE LEE

Escritor

En el Barrio Garrido (tan distinto, por cierto, del arrabal fronterizo que conocí a principio de los ochenta, cuando mi novia vivía por allí) está situada la Biblioteca Municipal de Salamanca, un edificio de esos que llaman emblemáticos construido gracias a la voluntad ilustrada de Jesús Málaga, el prestigioso médico de Abadía que fuera alcalde socialista de la ciudad castellana. Pude ver su cara de emoción por la obra bien hecha el día que el profesor Senabre y el poeta Colinas presentaron en su salón de actos mi primera novela. En esa biblioteca, que está a la altura de la urbe culta y universitaria a la que representa, viene celebrándose un certamen fotográfico bajo el título El placer de leer que, por fortuna, puede verse estos días en Badajoz, en la sala de exposiciones de la diputación, como oportuno complemento de otra feliz iniciativa, el curso El deseo de leer, organizado por el Centro de Profesores de la ciudad con patrocinio de la institución provincial. Debo precisamente a uno de sus coordinadores, Jacinto Haro (una de las personas que más saben en Extremadura del fomento de la lectura), un hermoso catálogo (en el que sólo desentona el retrato institucional del edil Lanzarote) correspondiente a la edición de 2001. En todas y cada una de las fotografías que componen el volumen se puede ver a personas de toda edad y condición leyendo. Que leen, por supuesto, cualquier cosa: desde el periódico (que es, a mi modo de entender, el abc de la lectura) hasta un libro sagrado. Que leen, por descontado, en cualquier sitio: en una biblioteca, cómo no, pero también en una estación de metro, en un autobús, en un centro de acogida de inmigrantes, en una mezquita, en la playa, en el campo o en la cuneta. Por una vez, sin que sirva de precedente, esa fatídica frase de que "vale más una imagen que mil palabras" resulta pertinente para afianzar la creencia de que los libros y la lectura están o deberían estar en la vida normal de la gente, en sus actos cotidianos o habituales, y, sobre todo, en su conversación. ¿Por qué hablamos con naturalidad, por ejemplo, de la última película que hemos visto y la comentamos sin temor en voz alta ante compañeros, familiares o amigos y no podemos hacerlo de la novela que acabamos de leer o que estamos leyendo? Aunque abunden las fotos donde el que lee lo hace en solitario (que no en soledad: el libro nos da compañía), en otras observamos a madres que leen a sus hijos o abuelos a sus nietos, en un gesto de capital importancia para la transmisión del gusto por la lectura.

Por aquí y por allá, menudean en el catálogo citas de distintos autores sobre la literatura y los libros. Ni es lo de menos ni han sido elegidas al azar. De entre las muchas cosas interesantes recogidas entre líneas podría destacar una frase de Hofmannsthal: "Nuestra existencia está erizada de libros. Sobre ellos se posan las conversaciones de los hombres". Otra de Bloom: "La forma de pensar determina nuestra forma de leer". Y para terminar una de Piglia acerca de la lectura como "una forma privada de la utopía".

En una de las fotos se ve a un hombre mayor, con aspecto de vagabundo, que lee con atención una revista que ha encontrado mientras hurgaba en un contenedor. Se me antoja una imagen simbólica para estos tiempos de tribulación: de entre la basura que nos rodea, especialmente la televisiva, alguien rescata un texto escrito que nos devuelve a nuestra vieja condición de seres con capacidad de pensamiento.

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