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EL OTOÑO DEL PATRIARCA

Ibarra ha sido erigido en artífice del alumbramiento de la Extremadura autonómica.

Cuando quedaban pocos días para que volviera a constatarse la creciente discordancia entre el tiempo meteorológico y la sucesión de las estaciones, y para despedir a este sempiterno verano del que no sabemos ni cuándo llegó, ni cuándo nos abandonará, los extremeños recibimos el esperado y por muchos temido anuncio de que Juan Carlos Rodríguez Ibarra renunciaba voluntariamente a seguir liderando el futuro de los extremeños. La persona que durante ¡casi un cuarto de siglo¡, ha regido los destinos de esta comunidad cede el testigo para que sean otros los impulsores de un nuevo ciclo y del anhelado o quizás inexorable cambio de estación.

Parafraseando el texto de una famosa novela de García Márquez , así comenzaría en nuestra región el otoño del patriarca, de un auténtico y genuino patriarca extremeño erigido en principal artífice del alumbramiento de la Extremadura autonómica. Con autoritario paternalismo, la crió a su imagen y semejanza hasta conducirla más allá de su mayoría de edad, sin permitir que nadie pudiera torcer su débil talle que florecía mimado por las curtidas manos del que posesivamente acabó atribuyéndose en exclusiva la progenitura. Una progenitura que al final casi todo el mundo terminaría reconociéndole, ante la incuestionable realidad de resonantes victorias electorales, convertidas con indisimulada soberbia en coartadas justificadoras y descalificadoras. Y así fue como, casi imperceptiblemente, el entusiasta y juvenil líder socialista se fue transformando en patriarca omnisciente de la nueva Extremadura, al tiempo que el incipiente sistema político extremeño se transmutó en régimen ibarrista .

XAUNQUEx ocasiones habrá para estudiar históricamente ambos procesos y para valorar con ecuanimidad cambios y permanencias, logros y fracasos, en el momento actual resulta fácil constatar la enorme distancia que separa la Extremadura actual de la de los primeros años setenta, cuando, en sentido estricto, ni siquiera existía como realidad administrativa. Las discrepancias surgen cuando se interpretan y personifican los cambios, cuando se relaciona lo cuantitativo y lo cualitativo, y cuando se comparan y contextualizan los procesos. En esos momentos es cuando afloran los conceptos (clientelismo, dependencia-) y las metáforas, como la del conductor del autobús que suele utilizar el propio presidente, la del espejo retrovisor que tomo prestada de un compañero de la facultad, o la del posesivo progenitor que aludimos aquí y que por su potencial explicativo seguiremos utilizando.

Así, lo ocurrido en Extremadura en estas tres últimas décadas podría interpretarse como el largo trayecto de un autobús guiado por un conductor que ahora se retira a descansar en los asientos de atrás. Como eran muchas las dificultades del camino e imponentes las carrocerías de sus compañeros de ruta, y ante la necesidad de mantener la confianza de sus complacientes viajeros, enseguida optó por recurrir a la fascinación que podría ocasionarles la proyección de una única película en el interior, en blanco y negro y sólo con las imágenes que iban sucediéndose en el espejo retrovisor. Con lo que todo avance sería interpretado como una imparable progresión con relación al pasado, y todo lo que se conseguía amplificaba y confirmaba la clarividencia y eficacia de las decisiones y actuaciones emprendidas. Como el modelo funcionaba no era concebible ni otra política ni otra manera de ver las cosas. Y así, quienes reclamaban visiones panorámicas o rectificaciones del trayecto eran tachados de ingratos, impacientes temerarios y negativistas.

En igual medida, el intrépido conductor extremeño se comportaba en realidad como un vehemente pater familias , que desde el alumbramiento de su frágil criatura se sumió en una especie de extasiada alucinación; estado que le condujo a no saber, o no querer, interpretar como consumados y naturales hechos biológicos, que tan tierno infante comenzase paulatinamente a parlotear, andar, correr, reír, jugar, llorar, querer, sentir, vivir. Como nada en el mundo podía serle ajeno, todos esos logros acabó atribuyéndolos a sus mimos y cuidados, logrando convencer a los extremeños de que la única manera de superar sus fragilidades e impotencias era continuar aferrados al claustro paterno y beber el embriagador elixir de la eterna adolescencia. Esa edad tan dada a los mitos y mixtificaciones, en la que las ilusiones vencen a las realidades y en la que apenas existen certezas. Esa edad en la que cada vez son menos los que se rebelan, y más numerosos los que a cambio de seguridad aceptan prolongar su dependencia, sobre todo, si como es el caso les hacen creer que de ella pende la supervivencia.

Pero como les decía, al final acaba imponiéndose el ritmo cíclico de las estaciones, y la propia dinámica de la existencia convierte en efímero lo que durante mucho tiempo nos pareció inmanente. Y eso el historiador lo sabe, como sabe también que nada está predeterminado ni tiene necesariamente que suceder, si bien en las páginas de la historia se constata que el otoño de los patriarcas suele preceder a la primavera de los pueblos.

*Profesor de Historia

Contemporánea de la Uex

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