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Desde mi ventana

Me gustan las listas

Sé que el título de este artículo puede confundir. Así que voy a aclararlo desde el principio para evitar malentendidos: no es que me resulten atractivas las mujeres sagaces y avispadas, las que me vuelven loca son esas largas enumeraciones de cosas, deseos, planes, obligaciones, personas o cualquier otro ente susceptible de ser relacionado en forma de columna, con líneas cortas y uno a uno en un papel, como si de un poema o una letanía se tratara.

Mi amor por las listas no comenzó con un flechazo, fue un amor de esos que se construyen poco a poco. Primero con una sencilla lista de la compra, un encuentro tímido y fugaz compartido con los huevos y el arroz; luego vinieron las listas de las tareas pendientes y entonces empezamos a hacer ciertas cosas juntas como cortar el césped, ir al dentista o limpiar el polvo, ¡con lo que unen esas cosas! y, con el tiempo, las listas cada vez más extensas de deudas y gastos hicieron el resto: intimamos.

Ahora ya no puedo vivir sin ellas porque las listas me dan sensación de seguridad, me permiten imaginar que lo tengo todo bajo control y me hacen parecer infalible. Las listas me muestran la realidad, hacen inventario de mis sueños y mis carencias, ordenan mis logros y mis metas, ponen en fila a los amigos, componen versos con los pros y con los contras. Pero como siempre hay alguien que disfruta destruyendo las relaciones perfectas, ha llegado hoy mi sobrina Marta y me ha dicho que de amor nada, que lo que me pasa es que tengo la memoria de un pez globo. La mocosa esta se creerá muy lista. ¿He dicho lista? Lo mío es obsesión.

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