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En la otra esquina

Pasados

El pasado suele atraparte en cualquier esquina de esas ciudades a las que vuelves para reencontrarte contigo mismo sin haberlo querido.

Como en un ejercicio desconocido y silencioso que te espera a traición, Me sucedió hace unos días en Granada, la ciudad donde pisé por primera vez una universidad —hasta cuatro estrené hasta conseguir, ya mayorcito, el objetivo de convertirme en periodista titulado—.

Qué paciencia tuvieron conmigo… Y fue precisamente al regresar, ya inmerso en otra vida laboral, haciendo ahora conciertos de un lado para otro, cuando aquellas esquinas me devolvieron al chaval de 18 años que comenzaba a soñar mientras se caía el Muro de Berlín y me enamoraba en aquel lugar al que siempre volveré.

A los sitios donde fui feliz. Un mandamiento vital que deberíamos tener en la cabecera de nuestra cama.

A los paseos a los pies de la Alhambra y las noches largas, a los primeros besos en las calles frías, esas que siguen mirándome. Pero en esta visita fugaz me removieron las imágenes de aquel tiempo, tanto, que hasta he tenido que buscar en los calendarios para sumar 28 años desde entonces.

Me pregunto si estas reflexiones no serán ya cosa de la edad, aunque tengo claro que la nostalgia no es más que el pasado mezclado con las personas que vas perdiendo, que la vida no es otra cosa que ese viaje eterno sin el cariño que te dejaron otros en la piel.

Por eso hoy puedo contar con orgullo que las calles que pisé entonces son las de hoy porque me reconocí en ellas: el paseo por el Albaycín, las cervezas y las tapas, la imagen de mi padre abrazándome en la despedida y la vuelta a casa...

Tanto, que sé que tengo que regresar de nuevo. Por nostalgia y por vida.

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