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La chorrera

José L. Aroca

ETA-horror, con hijuelas

A los presos se les permitía matricularse en la Universidad del País Vasco

Con la misma escasa responsabilidad histórica que ha demostrado en los últimos cuarenta años, ETA anunció su desaparición dejando un rastro de sangre, sobre todo de inutilidad que lleva a hacerse la pregunta de qué ha valido su actividad; cuál es su contribución a la democracia, a la transición, aunque sea en parte fallida, de la dictadura a estado parlamentario social y de derecho que intentamos establecer.

Días atrás una retrospectiva en televisión dejaba en el aire una de esas ‘hijuelas’, una de esas ramificaciones o flecos a los que me refiero, y es la falta de colaboración de sus integrantes, o excomponentes, para resolver tantos asesinatos todavía sin aclarar policial, ni saldar judicialmente y con justicia.

Ni perdón, ni reconocimiento de su inutilidad histórica. Quizá sea demasiado pedir esto último, sería negar probablemente el sentido de la existencia de centenares de miembros y colaboradores de la banda, pero en la hora teatral y con modos infames --huidos de la Justicia, como otros que andan en Alemania o Suiza-- ni siquiera quieren poner en el mismo nivel de víctima a todas las que lo han sido.

No es de extrañar porque, volviendo a la idea de esas concesiones de líneas de regulares de autobuses con recorrido oficial de «X a Y, con hijuelas», con consecuencias, con partes y ramificaciones, aún sigue habiendo problemas de teorías, grupos y colectivos vascos, presuntamente de izquierda o abertzales, que no permiten que la libertad sea plena en la magnífica Euskadi, País Vasco.

Voy a contar dos cosas relacionadas con ese territorio, y ETA, que me llegaron gracias a este oficio privilegiado que te acerca a personas con información de relevancia. En los años 90, con la banda continuando sus asesinatos, un grupo de dirigentes del Partido Popular de Extremadura viajó a Euskadi --me gusta llamarla así-- para participar en una de las manifestaciones y demostraciones populares de repulsa por una de esas muertes.

Querían aparte de repudiar lo sucedido, apoyar a sus compañeros de partido, una formación en continua regresión en aquel territorio en buena parte porque sus postulados ideológicos, y sobre todo políticos, los asumía y asume el Partido Nacionalista Vasco, además de la tendencia en ese territorio, y en Cataluña, a optar por opciones electorales similares pero con marchamo doméstico y nacionalista, algo que también le ha venido pasando al PSOE.

A la vuelta de aquel viaje un par de dirigentes me contaron con toda discreción y consternados que había mecanismos por los cuales empresarios vascos se desgravaban en sus declaraciones fiscales el dinero pagado a la banda en concepto de ‘impuesto revolucionario’. Pensar en que indirectamente la Hacienda vasca, y con ella la española en cierto modo conectada, y a través de ella todos los contribuyentes españoles, ayudaban a pagar ciertas cosas, da escalofríos.

Sin que tenga que ver con ello recuerdo al líder del PNV Arzalluz, con aquella frase de «los chicos de la gasolina», o el dicho de que «unos menean el árbol y otros recogen las nueces», entendido en el sentido de disculpar al entorno de ETA porque así se arrancaban competencias y sobre todo dinero, el concierto, el cupo. Había y sigue habiendo hijuelas de aquello.

En segundo lugar, a los presos de ETA que querían estudios universitarios se les permitía matricularse en la Universidad del País Vasco (UPV), a diferencia del resto de los reclusos que los llevaba y examinaba la UNED. Uno de esos presos quería examinarse de Filosofía, y la UPV mandó a su examinador; el recluso apenas estudiaba, demostraba muy pocas luces académicas, pese a lo cual quiso someterse a la prueba.

Después de un rato a solas un responsable de la cárcel preguntó al profesor qué tal. «¿Sabía algo de Filosofía?». «No, pero sabe filosofar», fue la respuesta escueta del docente.

Al final un 7,5, y lo digo porque hoy mismo he leído a alguien que decía que a los presos etarras se les regalaron títulos universitarios.

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