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Extremadura desde el Foro

Alberto Hernández Lopo

¿Por qué fracasan los países?

Se puede explicar que unos países suban y otros no sin factores geográficos o culturales

Ese es el título de un aclamado ‘best seller’ económico (con ventas más propias de libros ‘no técnicos’) de los profesores Acemoglu y Robinson, de las prestigiosas MIT y Harvard, publicado en 2013. Buceando en el origen de la pobreza o riqueza de las naciones llegan a conclusiones que escapan de la habitual imagen de ‘foto y negativo’ que se suele plantear: unos no lo son porque otros sí. Descartan los factores geográfico y cultural como causas del atraso de algunos países, en cierto modo una revolución frente a las explicaciones habituales. Esas que siempre tenían, convenientemente, a mano un evento o un enemigo al que culpar.

¿Y cómo podemos explicar entonces el éxito o fracaso de los países? Por la creación de instituciones sólidas ‘no extractivas’. Desde un doble punto de vista: arquitectura política y orden jurídico. Aquellas naciones que no han sabido evolucionar desde los primitivos procesos administrativos, y donde aún prima el factor relacional sobre el meritocrático, crean caldos de cultivos de las causas (el más evidente, la corrupción) que anclan a los países en estructuras que impiden un verdadero desarrollo. Por eso, países rodeados de otros con los comparten orígenes culturales (Chile), hasta idiomáticos, o aquellos que se ‘desdoblan’ políticamente (ambas Coreas), muestran evoluciones muy distintas pese a participar de factores tremendamente similares.

Lo cierto es que es un libro magnífico, con algún exceso verbal y fases algo repetitivas, en el que es difícil escapar de la contundencia de sus tesis. Los españoles no salimos muy bien parados en el análisis, alargando algo exageradamente la ‘leyenda negra’ en Latinoamérica. Pero incluso ahí mantiene su coherencia argumental, con un trasfondo destinado a no gustar a muchos: muchos países tienen un altísimo grado de responsabilidad en su situación actual.

En ocasiones usamos la Historia como coartada y no como una explicación, como si el hecho de tener un bagaje detrás impida de forma absoluta poder escoger otra senda para el futuro. Este determinismo se ha aplicado mucho como origen de ciertos comportamientos, pero casi siempre desde un prisma individual y no colectiva, de lo que somos como sociedad. Al final, impera lo que decía el cantante: soy como soy solo porque el mundo me ha hecho así.

Ahora que, por fin, se hace notorio que nos encaminamos hacia un nuevo período de ajuste o recesión, mucho analista se está fijando en el comportamiento de los llamados ‘emergentes’. En esta definición caben muchos países, entre ellos Rusia y China, pero en resumen se ocupa de países productores de materias primas. Dos de ellos, Argentina y Turquía están en medio de verdaderas tensiones financieras.

Desde los altavoces internos y desde los medios, la situación de ambos países se achaca, principalmente, a la alta dependencia del dólar, moneda base de su deuda. El alza de la moneda norteamericana y el desatado inicio de la guerra comercial USA-China explicarían los ‘ataques’ que estos países están recibiendo. ¿De veras? No tanto: el resto de emergentes no están en esa tesitura.

Ambos países curiosamente comparten dos características que no sólo pueden interpretarse como correlativas: pérdida de la confianza de los inversores internacionales e inestabilidad interior.

De hecho, una nueva bajada del dólar y la existencia de ajustes en las cuentas públicas no han relajado la presión sobre las respectivas monedas. ¿Cuestión ideológica, discriminación religiosa (caso de Turquía) o cultural? No, es la aplicación de puro sentido común frente a la presencia o alternancia de gobiernos que no transmiten seguridad de repago o muestran altas dosis de populismo en su gestión. Y eso, pensarán los inversores, te lo pagas tú.

Hasta el Financial Times (habitualmente tibio respecto a los bandazos de las emergentes) se atrevía con un artículo de nombre llamativo: «Algunos países son los autores de sus propios infortunios». Toda una declaración de intenciones.

Ahora que comprobamos en España que existen claros indicios de desaceleración económica debíamos aprender a no cometer errores del pasado. A no repetir mantras que no por repetidos son verdaderos, a no seguir engordando la bola de deuda y a intentar adelgazar el sector público (que no significa recortar prestaciones, no). O esperaremos a ver quién será el (a posteriori) culpable.

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