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Descendimiento

Ut pictura poesis, dijo Horacio, resumiendo la idea del griego Simónides de que «la poesía es pintura que habla y la pintura es poesía muda». Si en un principio esa idea sirvió a una estética clasicista, en el siglo XX, los poetas y artistas de vanguardia han tendido a dialogar a través de sus respectivos lenguajes. Henri Michaux tituló un libro Soñando a partir de pinturas enigmáticas (1972) y Paul Celan se inspiró para su ciclo Cristal de aliento (1965) en los grabados de su esposa, la pintora Gisèle Lestrange (y resulta cómico que los exégetas celanianos, de Hans-Georg Gadamer a Arnau Pons, dediquen cientos de páginas a explicar el sentido de esos poemas, pero ni una palabra a los grabados que los inspiraron).

El diálogo con la pintura ha ido ganando importancia en la obra de Ada Salas (Cáceres, 1965), sin duda la voz poética extremeña más reconocida dentro y fuera de España (hay tesis doctorales en curso sobre su poesía, que se traduce y estudia en Francia o Alemania; a muchos extraña que aún no haya obtenido el Premio Nacional de Poesía). Dos breves libros, Ashes to ashes (2010) y Diez mandamientos (2016) están formados por poemas que dialogan con los dibujos abstractos de Jesús Placencia. Por otro lado, en Limbo y otros poemas (2013), la segunda parte del libro dialogaba provocativamente, desde una ética feminista e insumisa, con distintas representaciones de la Anunciación a la Virgen, desde el medieval Simone Martini al contemporáneo Lucio Fontana, pasando por el renacentista Sandro Boticelli.

Con ello enlaza su nuevo poemario, Descendimiento, publicado por Pre-Textos, y que se presentó ayer en la Biblioteca Pública de Cáceres, dentro del Aula de la Palabra que dirige Jesús María Gómez y Flores. El libro entero, y no solo el poema que así se titula, es una écfrasis, es decir, la descripción de una obra de arte, en este caso El Descendimiento de la Cruz, de Rogier van der Weyden, cuadro del siglo XV expuesto en el Museo del Prado.

Si Limbo, quizá el mejor poemario de amor en español en lo que llevamos de siglo XXI, surgió a raíz de una avasalladora experiencia vivida, Descendimiento parte de la contemplación y proyección de la observadora sobre este cuadro enigmático, donde «nadie mira hacia nadie. / Todos los ojos son / el ensimismamiento». De esas miradas hacia dentro se nutre la meditación de la autora sobre el sufrimiento y «la verdad de la muerte» que pintó el maestro flamenco, «el acto / de morir / el acto / de sufrir». También sobre la religión, vista desde una simultánea descreencia y atracción: «Lo que no conocemos / nos expulsa / al tiempo que alimenta / nuestra fascinación -ésa era / la trampa / sí / pero no. No / pero sí».

Quizás los versos menos afortunados sean los que se refieren a Cristo, recordando que «Jesús está desnudo. De pequeña / pensaba / si no tendría frío» o, por la delicadeza de sus rasgos, afirmando que «si no fueras / un hombre / bien / podría ser / el cuerpo de mi hija / casi / adolescente». Recordé los Cristos pintados por Zbigniew Wazydrag, perturbado(r) artista polaco atormentado por la escena del Gólgota, en los que no se necesita ser creyente para percibir una fuerza y misterio arrolladores.

La segunda parte del libro es un Oratorio en el que, con música de Bach y gran originalidad, Ada Salas da voz a los protagonistas de este lienzo indescifrable.

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