Ahora que nos han dejado salir de casa me doy cuenta de cómo han inoculado el veneno del miedo en nuestras vidas. Unos vuelven a las calles siguiendo todas las precauciones posibles, pero otros no. Ése es el quid. Y esa segunda oleada de peste parece que se cierne sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles. Ojalá no llegue nunca. Lo cierto es que todo lo que habíamos aventurado sobre el ‘bicho’ nos ha fallado. Yo estaba convencido de que a 41 grados a la sombra el covid saliera como alma que lleva el diablo de nuestras vidas. Pero no. Contra pronóstico es muy resistente. El virus no se ha ido. Está ahí, agazapado e invisible al ojo humano. Esperando en una barandilla a que un movimiento involuntario lo traspase a tus manos y de ahí a tu nariz y pulmones.

Y llega el miedo. Antes si tenías ronquera, dolor de garganta o moqueo, lo atribuías a la alergia o al nefasto aire acondicionado. Ahora esa simpleza no deja de dar vueltas en tu cabeza y el temor se ha inyectado en tu ser. No hay nada peor que vivir con miedo. Y eso no es normal por mucho que nos quieran vender lo contrario. La ‘nueva normalidad’ es una estafa más con la que nos abotargan el cerebro. No hay vuelta a la normalidad anterior, que por cierto, tampoco me parecía muy normal. ¿Era normal un mundo tan desproporcionado? ¿Tan injusto y lleno de miseria, tan deteriorado medioambientalmente? No, tampoco lo era. Era un mundo donde la superficialidad campaba a sus anchas. Que en la nueva normalidad el papel higiénico se acabe ya dice mucho del territorio ignoto en el que nos hemos adentrado. Creemos que estamos volviendo a ‘lo de antes’ pero tenemos interiorizado que el día menos pensado puede aparecer la policía en la puerta de casa para indicarnos que debemos volver al confinamiento. Y eso no, no podría volverla a resistir. Ni yo ni la economía mundial. Hago votos y rezo para que esto no se produzca nunca. Tengo ya inoculado el miedo en las venas. Refrán: El miedo tiene mucha imaginación y poco talento.

* Periodista