Cuando el premio Nobel Robert Shiller estudió el comportamiento del precio las acciones en el mercado bursátil se encontró con una conclusión inesperada: siempre que el mercado se aleja de sus tendencias históricas, tarde o temprano, acaba regresando hacia la media. Esta inesperada detección acabó convirtiéndose en una sólida teoría, ampliamente aceptada. Tanto que, lógicamente, se quiso utilizar como un modelo para sacar ventaja en el mercado. Sin embargo su práctica presentaba un serio inconveniente: se sabía qué iba a pasar y cómo iba a ocurrir (en forma de corrección, al alza o a la baja) pero no sabía cuándo. Así que su valor como predicción era muy relativo y, a menudo, implicaba esperar más de lo que el propio modelo podía "insinuar".

Shiller (como otros relevantes economistas) fue de los primeros que comprendió que los movimientos del mercado, y por extensión de las economías vinculadas, estaban decisivamente influidos por factores en principio ajenos a lo meramente financiero. Factores que, además, de acuerdo a la ortodoxia académica, debían ser irrelevantes. Sólo que en realidad eran definitorios.

Desde que Shiller presentó estas conclusiones han pasado más de tres décadas, en las que se han producido varios ciclos económicos. Que, por cierto, no han hecho más que dar la razón a esta regresión a la media que planteaba. Incluso, después de la gran crisis de deuda de 2008, los mercados y las economías de los países más avanzados han vuelto a una posición muy similar “de partida”. Pero la posible predicción se volvía progresivamente errática, acentuado en el último lustro. El rastro de la anterior crisis ha provocado una mayor inestabilidad social, lo que ha derivado en una política de extremos. No es que seamos más frágiles sino que somos más desordenados.

Así se titula el informe del Deutsche Bank sobre la economía global “post-Covid”: la era del desorden. La economía se mueve a través de ciclos. Y venimos de un ciclo muy expansivo (aunque nuestros políticos insistan en que hemos vivido en la austeridad) que ha durado casi una década, tras el cierre de la crisis del euro. Lo cierto es que las economías (sobre todo, occidentales) ya mostraban síntomas de agotamiento antes de la pandemia. Pero el golpe del coronavirus ha acelerado todo el proceso y ha supuesto un auténtico cambio de paradigma. Todos los cambios de ciclos marcan un antes y un después. Este, además, no entraba en ningún escenario.

La tensión Este-Oeste se acentuará, al ritmo que marque la guerra de posicionamiento que viven China y Estados Unidos. A su vez, esto llevará a un mayor intervencionismo y proteccionismo en los países. Países, especialmente en Europa, que por un lado van a manejar ingentes cantidades de liquidez vía bancos centrales y que por otro deberán lidiar con mercados artificiales, precisamente por esa inyección de moneda. Las características de este nuevo ciclo son la reducción de la globalización y la transición demográfica.

Ambos puntos son una amenaza para todos los países Europa. Europa tiene ante sí un reto descomunal, que no podrá solventar sólo con el helicóptero financiero. Entre otras cosas no es sólo un factor económico.

En primer lugar, porque la fuerza de trabajo se reduce por el envejecimiento de la población. Y eso no se compensa con un nivel de nacimientos, porque nos enfrentaremos a una recuperación del mercado laboral que puede llevar años. Lo que deja en suspenso proyectos familiares. Por no hablar de una mayor presión inmigratoria, en lo que lucharemos por entender que es necesaria humanitaria y económicamente pero que sin duda no dejará de provocar cicatrices.

Sobre todo, el mayor riesgo es la desigualdad: la salida de la crisis sanitaria queda tan en manos de las políticas de cada gobierno que es evidente que se producirá un “corte” social. Los jóvenes y trabajadores menos cualificados están en riesgo por el virus y no contarán con acceso al de crédito. Tendrán que navegar en un futuro altamente incierto a corto plazo, que se resolverá pero no sin grietas sociales.

No todo desorden es malo, claro. Pero, ¿imaginan que tipos de políticas se impondrán en medio de este panorama? Ya conocen el camino para esa respuesta: Qui prodest.