En España tenemos la nefasta costumbre de tratar mal a los mejores de los nuestros. No hay que escrutar los tratados de Historia ni las hemerotecas para comprobarlo, porque es un defecto que se manifiesta a menudo y sin ambages. Uno no sabe si esta falla en el ser español es atribuible a la ingratitud, al egoísmo, a la envidia o a la cortedad de miras. De lo que no cabe duda es de que otras naciones no incurren en este españolísimo error. El poeta Joaquín Bartrina lo resumió bien en unos versos que decían: «Oyendo hablar un hombre, fácil es / saber dónde vio la luz del sol. / Si alaba Inglaterra, será inglés. / Si reniega de Prusia, es un francés / y si habla mal de España... es español». Cualquier español habrá reparado en tal circunstancia al acercarse al patrimonio museístico, monumental y cultural de otros países. El mundo civilizado engrandece sus gestas, encumbra a sus figuras históricas, mima a sus creadores y se vanagloria de su pasado y presente, sin temor al señalamiento de los claroscuros que por doquier pueden hallarse. Desgraciadamente, los españoles, que tenemos mucho de lo que enorgullecernos, seguimos presos de los complejos y de ese cainismo rancio y anquilosante que nos impide reconocer la virtud en aquellos que piensan de un modo diferente al nuestro o que, simplemente, no están dispuestos a someterse a directrices partidistas y planteamientos maniqueos. A estas ideas vengo dándoles vueltas desde que escuché a José Luis Garci explicar, en ese delicioso programa de radio llamado ‘Cowboys de Medianoche’, que, si no hace cine, no es por ausencia de ideas o ilusión, sino por la imposibilidad de encontrar la financiación necesaria para ello. Contaba Garci que había presentado dos proyectos diferentes a RTVE, y que el Ente Público lo había despachado con un par de raquíticos correos electrónicos en los que le informaba de que había descartado respaldar sus películas. Garci -para quien no lo sepa- es el primer director español que consiguió que uno de sus filmes, ‘Volver a empezar’, fuese galardonado con un Óscar. Otras tres películas suyas fueron también nominadas por la Academia. Fue premiado con un Emmy por ‘La Cabina’. Y ha dedicado su vida a escribir hermosas historias, dirigir emocionantes películas y educarnos en el amor al Séptimo Arte. La calidad de su filmografía es innegable. Su profesionalidad, delicadeza y talento se traslucen en cada plano y diálogo de sus películas. Y solo bajo los efectos de la embriaguez que produce el sectarismo pueden negarse el pan y la sal a uno de nuestros más insignes directores de cine. Lástima que ahora abunden los beodos de intransigencia y fanatismo.

*Diplomado en Magisterio