En medio del ferragosto español, muchos ayuntamientos (entre ellos el de Cáceres) han decidido, bajo diferentes formas, enarbolar simbólicamente la bandera de Afganistán tras la toma de poder de los talibanes. Se trata de una muestra de solidaridad y empatía con el pueblo afgano. Un gesto comprometido, solidario, compasivo y sin duda bienintencionado. Es evidente que no se pretende un cambio en Kabul (espero) desde el festivo estío de la península (e islas). Funciona como granito de arena. Sólo que es inocuo. No solamente eso: terrible y ridículamente inservible.

El problema de este tipo de gestos es que suelen esconder una grandilocuencia mal disimulada. No por el argumento demagógico de que sin atender primero lo “de aquí”, el resto sobra. Por supuesto que no, pueden y deben existir posiciones institucionales o muestras de apoyo, aunque no sean de primera mano efectivas. Ocurre que la sospecha de la trivialidad del asunto se destapa cuando en lo que se pone el foco es más en la estética que en algo más “tangible”. Se nota la comodidad en aquellos que están acostumbrados a vender antes que ejecutar. Es el poder la imagen, vestida como un ejemplo de concienciación pública. Aunque se haga, claro, marcando territorio.

Porque, sin que este modus operandisea en absoluto propiedad de ningún partido, es difícil que se extrañen de que la mayoría de estas iniciativas sobre el tema afgano hayan partido de la izquierda.Hace tiempo que la izquierda (sobre todo, la socialdemocracia) ha decidido hacer bandera de las políticas identitarias. Probablemente, como consecuencia de su escaso éxito práctico a la hora de superar la crisis financiera y de las incongruencias de mantener el indulgente equilibrio entre la crítica al sistema y ser parte fundamental de mismo. El filón está en la sensibilización hacia colectivos de todo tipo, que además otorga una confortable sensación de superioridad moral frente al garrulo practicismo del día a día.

No creo que este haya sido un camino prefabricado. No, la izquierda (especialmente, sus votantes) han hecho históricamente gala de una sensibilidad social que, afortunadamente, ha ayudado decisivamente a modular la sociedad en gran parte de los derechos que hoy gozamos. Y precisamente por eso, la incoherencia es mucho menos entendible.

En España, gran parte de la izquierda ha creado de forma sistemática dudas sobre las intervenciones militares

En España, gran parte de la izquierda política ha creado de forma sistemática dudas sobre el comportamiento en las intervenciones militares o en la actuación de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. Cuando no hanexistido críticas directas, se ha notado una incomodidad en el trato. Como si fueran algo que hay que mantener, pero que merece ser vigilado. Quizás porque en un desfasado código se entienda que militares y policíasson opresores o mecanismos al uso y abuso del poder (¿curiosamente, incluso cuando lo ostentan ellos?). Eso hace sencillo menospreciar la labor desplegada, especialmente fuera de nuestras fronteras, donde han sido pieza clave en escenarios postbélicos. El uso político nos impide interpretar su misión como lo que es: una herramienta clave de nuestra seguridad diaria.

También es injusto cuestionar un movimiento como el feminismo por el comportamiento de cuatro o cinco de las que se autoproclaman líderes (es mucho más que eso y absolutamente necesario). Pero es cierto es que la falta de coherencia mostrada, el sesgo en defender según quién y en qué condiciones hace daño y no capta precisamente adeptos a la causa.

Con todo, lo que ocurre es peor que la suma de todo lo anterior. Con nuestra estéril pelea ideológica nos perdemos en una inacción de occidente que nos señala como una sociedad acostumbrada a mirarse el ombligo. Damos por hecho coninfantil autocomplacencia que todo cambiará (o mejor, que no nos afectará) si tenemos conciencia. Que es indudable parte, pero es que hay que mojarse.

¿Estamos tan contaminados, tan ideologizados, tan interesadamente conducidos, que no vemos el punto común en esto? No debemos perder en el debate político lo que es fuerza común: la defensa de los derechos humanos y de las libertades públicas. De la democracia como el camino para el respeto social y económico que toda persona merece. Eso es lo que construye nuestra sociedad, ni la ideología ni religión. Debiera ser un estandarte común, pero las banderas lo están tapando. 

* Abogado. Experto en finanzas