Primero se habló del Hombre del Año, un título creado por la revista Time en 1927 para concedérselo en su edición inaugural al piloto transatlántico y redomado fascista Charles Lindbergh. En otra prueba de la degradación progresiva de la civilización, este año lo ha ganado el mesiánico visionario Elon Musk, parodiado con vitriólica maestría por Mark Rylance en No mires arriba y catalogado como el ser humano más rico de la historia. Publica en Twitter sus hazañas intestinales en el retrete, el trono donde escribe la mayor parte de su producción literaria en una exacta definición de las redes sociales. 

La singularización anual no señala a quien acumula una plétora de virtudes, sino a quienes succionan la actualidad hasta individualizarla. Es la única forma de justificar que Adolf Hitler fuera Hombre del Año de Time en 1938, una designación que mancilla a los restantes miembros de la lista. La denominación machista caducó, y hoy se distingue a la Persona del Año en una iniciativa copiada por buena parte de las publicaciones del planeta. Si se sigue esta senda desde una perspectiva nacional, y dado que el equivalente de Elon Musk sería Bertín Osborne, es obligado desviarse para nombrar a las tres Mujeres del Año.

 A escala global, la nominación de Angela Merkel es previsible por inevitable. Ha marcado una época sin incurrir en estridencias. La despedida que le brinda su enemigo Yanis Varoufakis, al rendirle honores de «persona decente», compendia el aplauso consensuado aunque dejó a los democristianos alemanes al borde de una derrota humillante. Fue ministra de la Condición Femenina con Helmut Kohl antes de coronar la cancillería. Es posible que ninguna mujer haya abonado tantos logros para las mujeres, en la consideración de la presidenta liberiana Ellen Johnson-Sirleaf.  

«Esta chica», la llamaba George Bush antes de pedirle perdón por haber secuestrado sin causa alguna ni interferencia judicial a uno de sus compatriotas durante la guerra contra el terror. Merkel ni siquiera empuña los atributos feministas. En el concierto mundial, la divorciada procedente de la Alemania comunista ha logrado suprimir cualquier consideración ajena a su desempeño político. Siempre ayuda que su ejecutoria se desarrolle en un país que ignora el concepto de celebridad. 

Tony Blair, que le auguró un brillante futuro a Merkel aunque nunca imaginó el papel crucial que desempeñaría, le ha adjudicado a su colega las definiciones más certeras. En concreto, «solucionadora de problemas» y «manager». La cancillera no se ha escabullido nunca de las decisiones críticas, ya se trate del cierre de las centrales nucleares tras Fukushima en aplicación de su doctorado en Físicas, o la organización de una inasumible migración masiva desde Siria. 

Alemania no ha prescindido de Merkel hasta que encontró un robot gemelo en Olaf Scholz, y así se llega a las Españolas del Año. El agitado 2021 viene marcado a escala nacional por Isabel Díaz Ayuso y Yolanda Díaz. Desde la discrepancia absoluta, han plantado la semilla para que acceda al poder la primera presidenta del Gobierno, la misma barrera franqueada por la cancillera en Berlín. La presidenta de Madrid y la vicepresidenta de España han normalizado candidaturas femeninas que todavía no se han concretado, aunque parece inevitable que la segunda participe en los debates preelectorales por mucho que ahora remolonee. Como paradoja, solo la primera sabe en qué consiste pelear y ganar unos comicios de altura. 

Merkel comparte con el aclamado y también longevo Obama la circunstancia de haberse jubilado dejando el poder en manos de sus eternos rivales. Según demuestra el ejemplo alemán, no conviene despreciar el papel jugado por la covid en el despeñamiento sucesivo de los líderes políticos. Por lo tanto, también es posible que ambas Díaz no sobrevivan a la implicación contra un coronavirus que disfruta hoy de una pujanza sin precedentes. Si fuera posible asociar a la arrojada Ayuso con el pánico, se diría que se halla a punto de debutar en dicho estado.

Pese a la sensación de que Yolanda Díaz ejerce la ubicuidad, hasta un diez por ciento de los españoles todavía no identifican a la vicepresidenta segunda, de acuerdo con un dato del CIS que ni Tezanos puede falsificar. En la gestión de la pandemia empata prácticamente a Pedro Sánchez, 4,99 frente a 5,12. Y se llega así al capítulo clave para una vicepresidenta que intenta ahora lavarse con agua bendita su pecado original, el comunismo. Al consultar a los encuestados sobre quién desearían como presidente del Gobierno, el titular del cargo dobla a Pablo Casado, según suele ocurrir por la preeminencia de los sucesivos inquilinos de La Moncloa. En cambio, la disputa está igualada con su vicepresidenta segunda, por 22 a 17 puntos porcentuales y cada vez más juntos.

Ayuso se conforma en esta liza presidencial con un modesto 2,6 por ciento, en demostración de que ha renunciado silenciosamente a la oposición interna en el PP y por tanto a la candidatura estatal. Con todo, y antes de descartar a cualquiera de ellas, conviene repasar la frase que Blair subrayó como la virtud sobresaliente de una de las tres Mujeres del Año, «es muy fácil subestimarla».

*Periodista