Conmovedor, el presidente de Ucrania ha dicho en el momento preciso lo que es manifiestamente exacto. «Estamos muriendo por ser europeos. Demuestren que están con nosotros», apelando a la Eurocámara para lograr la adhesión de su país a la UE en las horas más oscuras de la guerra. No es momento de protocolos, sino de grandes gestos. Puede que Ucrania no esté preparada todavía para convertirse en candidata al Club, pero no se trata de eso -ya se negociarán más tarde las condiciones económicas e institucionales- sino de conseguir un simbólico espaldarazo de las democracias liberales frente a la agresión de un sanguinario autócrata que ha ordenado bombardeos indiscriminados sin respetar siquiera las negociaciones. 

Zelenski, dando un ejemplo de coraje responsable, ha entendido el papel que le corresponde jugar en la historia y permanece en Kiev, sabiendo además que es la pieza codiciada por Putin, que busca eliminarlo para poner en su lugar a un títere de Moscú. Europa, que hasta ahora está dando el ejemplo de unión que ha faltado en otras ocasiones, tiene que saber también jugar el suyo para proteger su frontera de la libertad. 

No es tiempo de tibios, mucho menos de tibios malintencionados, y sí de determinación. Las palabras de Borrell en el Parlamento europeo son un ejemplo. «Nadie puede mirar de lado cuando un potente agresor ataca sin justificación a un vecino débil, nadie puede invocar la resolución pacífica de conflictos, ni poner en igualdad al agredido y al agresor. Nos acordaremos de quienes en este momento solemne no estén de nuestro lado». Son palabras certeras para los despreciables y alelados miserables del Grupo Puebla y otros que, no contentos con pedir en un primer momento la retirada de las sanciones económicas a Putin, muestran ahora su oposición a que los agredidos reciban armas para defenderse de un enemigo muy superior dispuesto a llegar hasta el final. No equivocarse, no es un «no a la guerra», es la vieja pasión de cierta izquierda por los tiranos.  

*Periodista