Opinión | desde el umbral
Picoteo
En términos gastronómicos, el picoteo es un pequeño placer para los sentidos. Nos da opción a degustar múltiples sabores en un ambiente de nula rigidez, de naturalidad, de distendimiento. Las pequeñas y variadas porciones aligeran la carga para el estómago y deleitan al paladar beneficiándose de la chispa gustativa que prende con un contraste de sabores bien medido. La extensión del picoteo a otros ámbitos vitales, sin embargo, nos limita, anula ciertas capacidades y nos arrebata la posibilidad de paladear con verdadero gusto aquello que podríamos disfrutar de un modo más genuino. Porque el picoteo es agradable, pero el picoteo diario le quita la virtud a dicha costumbre hasta en términos dietéticos. Y en ámbitos distintos al culinario, ese picoteo compulsivo tiene aún más contraindicaciones. Socialmente, hemos caído presos de la inconstancia, la volubilidad y una aceleración generalizada. Cada vez hay menos espacio para la contemplación, la mesura, el análisis y la reflexión. Existe una cierta adicción al picoteo. Parece como si necesitásemos saltar de una cosa a otra, corriendo y sin mirar atrás, para no convertirnos en una estatua de sal como la esposa de Lot en su huida de Sodoma. Quizá todo esto tenga que ver con que, por lo general, tenemos posibilidades para acceder a un mayor volumen de elementos, productos y hasta personas. Las barreras comunicativas cada vez son menores, y tanto los productos como las personas circulan sin demasiados problemas de un lugar para otro.
Se está perdiendo la suerte que supone poder escuchar un disco completo u observar con atención algo más extenso que una historia de Instagram
Casi todo llega a cualquier parte y, a su vez, nosotros también nos movemos mucho más y somos capaces de llegar a casi cualquier lugar en busca de algo o de alguien. Tenemos, pues, una plaza mayor y un escaparate mucho más amplios de los que había antaño. Y esto, en lugar de impulsarnos a ser selectivos y a elegir solo aquello que realmente merece la pena, parece incitarnos a un picoteo nocivo, al consumo rápido, a la irreflexión en las selecciones, a la falta de profundidad en las relaciones y a una confusión generalizada de las prioridades. Entre lo de antes y lo de ahora hay término medio, como a menudo ocurre. Pero el retorno a ciertas buenas costumbres se contempla como algo improbable. Quien más y quien menos se ha contagiado con algo de esa glotonería que lleva al empacho en lugar de a una grata satisfacción. Y, en el camino, se está perdiendo la suerte que supone poder escuchar un disco completo, observar con atención algo más extenso que una historia de Instagram o un vídeo de TikTok, leer otra cosa distinta a tuits y titulares, mirar un paisaje durante un largo rato o conocer tanto a una persona como para desear conservar su amistad o amor durante toda una vida. El dispositivo que todos llevamos en el bolsillo acabará por saquearnos hasta el alma.
*Diplomado en Magisterio
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