Opinión | Tribuna abierta

Formación, información y redes sociales

Las redes sociales se utilizan en ocasiones para degradar le concepto de verdad

Las nuevas tecnologías han revolucionado los cauces de la información y la comunicación. El soporte digital ha permitido el nacimiento y preponderancia de redes sociales que han venido de facto a sustituir el rol que en la información ha desempeñado durante mucho tiempo el llamado ‘Cuarto Poder’ con la prensa escrita. Esta innovación técnica no ha venido acompañada de una mayor conciencia ética de los poderes públicos ni ha contado con una reforma educativa que abogara por una mayor concienciación sobre los valores morales necesarios para garantizar una eficaz conjunción entre las herramientas digitales y su utilización desde una óptica más ética y formativa. De este modo, la facilidad de comunicación que suponen las redes sociales, en vez de servir para proporcionar una mejor información al individuo, se vienen utilizando para degradar el concepto de verdad y las bases de los valores democráticos, lo que ha dado lugar al fenómeno de la «posverdad», con la consiguiente desinformación en masa que acarrea la propagación de bulos o fakenews. 

El resultado es la manipulación de la persona humana con creencias y emociones falsas que acaban por influir en la opinión pública. Un ejemplo claro lo hemos vivido en la pandemia y lo estamos comprobando con la guerra de Ucrania. Las redes sociales se están convirtiendo en un instrumento de influenciación de la conciencia pública. Estas posibilidades de manipulación se aprovechan sobre todo por grupos populistas y extremistas para despertar en la sociedad falsos sentimientos mediante la difusión de eslóganes y tuits. 

Desde antiguo los poderes fácticos se han permitido acudir a la consecución de sus fines por vías poco ortodoxas. La creación de falsos intereses sociales desde el poder ha obtenido siempre una aparente legitimación democrática. No hay nada nuevo bajo el sol. Pero en nuestros días la actividad en redes sociales ha traspasado límites hasta ahora inimaginables y se está empezando a negar principios éticos básicos. Este fenómeno produce una profunda frustración social y nos lleva a la peligrosa situación de que los ciudadanos, con razón, desconfían cada vez más de sus dirigentes, abominan de la política y entran en un estado de escepticismo y frustración. 

Un buen funcionamiento democrático exige garantizar la libre discusión de las ideas para conseguir un pensamiento crítico que permita progresar a la humanidad. Ello supone que los Gobiernos deben obtener y transmitir la información de forma precisa y veraz para posibilitar la discusión pública, y, en justa correspondencia, los medios de información, como foros de creación de opinión, deben saber encauzar una opinión plural entre los ciudadanos. Pero todo lo anterior no será posible sin una adecuada formación integral de la persona humana. Formación e información son las herramientas que permiten el control del poder político. 

El mundo de las telecomunicaciones no es una zona de no derecho, pero el marcado carácter transfronterizo de muchos actos y la a veces difícil distinción entre lo que es libertad de expresión y actos delictivos permiten defraudar los ordenamientos jurídicos nacionales, que a veces se encuentran incapaces de reprimir estas conductas al producirse en un mundo global y deslocalizado.

La relegación de la filosofía y otras ciencias sociales en la enseñanza de nuestros adolescentes puede traer como consecuencia que los futuros hombres y mujeres sean unos perfectos ignorantes

En un sistema democrático es imprescindible garantizar la dialéctica intelectual. Solo la libre discusión de las ideas facilita la libre formación de la opinión pública, que en un Estado social y democrático debe articularse de forma necesariamente plural y siempre con la base de la verdad. En la consecución de estos objetivos juega un papel fundamental la formación. Por consiguiente, en los tiempos en que nos hallamos inmersos no podemos permitir que valores y enseñanzas destinadas a conformar una educación crítica de nuestros jóvenes desaparezcan o se minusvaloren. 

No es bueno -ni aconsejable- desprendernos de herramientas que enseñan a pensar. De ahí que la relegación de la filosofía y otras ciencias sociales en la enseñanza de nuestros adolescentes puede traer como consecuencia que los futuros hombres y mujeres sean unos perfectos ignorantes en muchas materias y carezcan de criterios que les faculten para profundizar en el espíritu de la verdad. Todo individuo debe estar formado e informado. En caso contrario, convertiremos a los ciudadanos en consumidores de decisiones políticas prefabricadas e interesadas. Y, a mucho temer, totalitarias.

*Catedrático de la Universidad de Extremadura

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