El Periódico Extremadura

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Juan José Ventura

Llegaron de noche (como siempre)

Lucía Barrera vive todavía un calvario por no querer cambiar su versión sobre el asesinato a sangre fría que contempló en 1989

En estos momentos en los que el hedor de la guerra se ha generalizado y la muerte de las libertades está al orden del día, el tema de la defensa de la verdad tiene más vigencia que nunca. Nos lo recuerda una película muy reciente, Llegaron de noche, dirigida por Imanol Uribe, que cuenta el drama de Lucía Barrera de Cerna, una empleada de hogar cuyo único error fue ser testigo de la masacre de unos jesuitas en El Salvador. Se trata de uno de esos momentos oscuros de la historia del mundo donde todo se conjura para acabar con la voz inocente de Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baro, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López, Joaquín López, Elba Ramos y Celina Ramos, la mayoría sacerdotes jesuitas o trabajadores de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Fue hace ya más de treinta años, pero no quiero olvidarme de ellos.

Lucía vivió –y vive- un auténtico calvario por saber la verdad y no querer cambiar su versión sobre el asesinato a sangre fría que contempló aquella madrugada de 1989. Los norteamericanos se la llevaron junto a su marido a EEUU y le perdonaron la vida. A cambio pretendían que no señalara al gobierno yanqui, que estaba detrás del crimen de unos profesores cuyo único pecado era defender los derechos de los desfavorecidos en un continente en el que se violan de forma sistemática con el beneplácito imperialista. Entonces el país estaba en una guerra civil en la que Ellacuría pedía diálogo entre Gobierno y guerrilla. La universidad de la que era rector se consideraba entonces como un «nido de comunistas». El batallón Atlacatl entrenado por la CIA se encargó de uno de los más cobardes crímenes de la historia. La Audiencia Nacional condenó en 2020 a más de 133 años de prisión por «cinco asesinatos terroristas» a Inocente Orlando Montano. Mi terrible sospecha es que quienes dieron la orden se fueron, como siempre, de rositas. 

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