El Periódico Extremadura

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Fernando Valbuena

A la intemperie

Fernando Valbuena

Héctor

Aún oigo restallar los tacos contra el piso, nada tan aterrador, nada tan excitante

Héctor. El Periódico

Esa escalera sube a los cielos. Hay una edad en que los pasos son inciertos si la mano de otro no aprieta la propia. Es la misma edad que ansía deslumbramientos, mágicos deslumbramientos. Creo que tenemos manos para regalarlas...

Era yo niño cuando mi padre me llevaba de su mano a Lasesarre, allá donde se forjan las leyendas del fútbol español. Así me lo contaron… y así me lo creí. A golpes de martillo y yunque. Al rojo vivo de sus altos hornos. Y sigo creyéndolo, porque hay una edad en que lo que se escribe por dentro no se borra con el paso de los años. Mi padre era el médico del club. Él entraba en el vestuario y yo le esperaba en el túnel. Fueron mis primeras soledades. Unas veces era cosa de nada, otras, en tensa espera, veía salir a los jugadores. Tuve por aquellos días un jilguero y le puse por nombre Lalo, como nuestro extremo izquierdo. Desde entonces tengo preferencia por los extremos menudos y veloces. No sé de fútbol, solo sé que mi jilguero se llamaba Lalo. Lalo, y con él, los demás. El estrecho pasillo desbordado de gigantes. A mí todos me parecían gigantes, incluso Lalo. Salían aullando como lobos, como gacelas saltando... y temía yo morir contra las paredes destartalas del viejo túnel. Y los tacos… aún los oigo restallar contra el piso. Nunca nada me ha sonado como aquellos tacos. Nada tan aterrador y, a la vez, nada tan excitante. Y veía a los mocetones buscar la luz al final del túnel. Uriona, Urruchurtu, Larreina… Y mi padre que no venía…

Y me he visto en Héctor, en misma la noria de vivir y volver a vivir. Héctor tiene seis años. Seis ligerísimos años y la vida por delante, pero ya por siempre entre sus tesoros guardará el recuerdo esa escalera que lleva a los cielos. Héctor de la mano de Gorka Pérez. Ese día el gol de la victoria lo marcó el propio Gorka Pérez, como si al hacerlo rubricara la alianza. Héctor es ya blanquinegro como lo es su abuelo Antonio. Porque las pasiones se siembran y Héctor está en tiempo de sementera.

La victoria y la derrota, los dos impostores de Kipling

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Quizá no haya sido la mejor de las temporadas. Eso es lo de menos para Héctor y así debería ser para nosotros, los mayores. La victoria y la derrota, los dos impostores de Kipling. “A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, preferimos la derrota”, dejó escrito Sánchez Mazas. Alguien se lo irá susurrando, quizás su abuelo. Alguien le enseñará que, por encima de todo, está el respeto a los rivales. Alguien le enseñará a estar despierto cuando llamen a las puertas del Nuevo Vivero los trileros del fútbol. Así los eslabones harán fuerte la cadena. Y será fuerte el Club Deportivo Badajoz: de San Roque a San Juan, de la Plaza Alta a Castelar, de la Alcazaba a la Estación… Y, en la hora del relevo, allí estará Héctor y estarán otros muchos como Héctor, buscando la amistad que se fragua en las gradas, en las victorias y, más aún, en las derrotas; honrando la herencia recibida de sus mayores y la camaradería debida a los que, como ellos, se han enamorado de una misma bandera. El fútbol es solo fútbol, pero a Héctor no se le olvidará el nombre de Gorka Pérez como a mí no se me ha olvidado el de Lalo. Ni se le olvidará el de Gorka Santamaría, ni el de Jesús Clemente. Y volverá, esté donde esté, a subir esos escalones que llevan a la luz, al deslumbramiento mágico, a los cánticos atronadores de la grada, al ansia de gol… Y ya, para los restos, ha de ser blanquinegro. Y en él los que ya no están, como él en los que han de venir mañana. Badajoz diecinueve cero cinco, tu cielo es mi pasión.

*Abogado

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