El Periódico Extremadura

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¿Una sociedad acrítica?

Las redes sociales son las tecnologías que mayor impacto están causando entre los jóvenes. Aparte de los muchos beneficios que originan, no podemos olvidar los peligros que encierran. Con un acertado símil se ha dicho que los dispositivos inteligentes son la nueva cocaína, ya que, además de adicción, propician estados de euforia seguidos de otros de depresión, como cualquier otra droga. Se calcula que un tercio de la población juvenil tiene problemas con el uso de la cibernética. Las últimas alarmas están sonando a propósito del llamado síndrome de Hikikomori o de aislamiento social juvenil. Los jóvenes que lo sufren permanecen encerrados en su habitación, sin estudiar ni trabajar y sin tener contacto con amigos e incluso, en muchos casos, sin relacionarse con sus propios padres. Pero no solo los jóvenes, todas las personas de cualquier edad están en situación de desarrollar una peligrosa dependencia de internet y de todo lo que significan las redes sociales.

Uno de los aspectos en los que más se notan los efectos negativos de la cibernética es en la pérdida de la faceta crítica del individuo. Con demasiada frecuencia se aceptan todos los mensajes que se difunden por las redes. Grupos populistas, bandas de delincuentes o influencers sin formación se aprovechan de mentiras o fakes para imponer pensamientos unidimensionales, modas estereotipadas o formas de vida constreñidas, que a la postre acaban ejerciendo un dominio sobre la libertad de la persona. De la ciega obediencia a tales actitudes puede surgir lo que Marcuse denominaba el hombre (o la mujer) unidimensional.

La crítica y la autocrítica han sido siempre uno de los pilares de la vida democrática. Una actitud despótica del que ejerce alguna forma de poder o de influencia social sin permitir la más mínima discrepancia conduce a la pérdida de los valores de la libertad. La imposición ideológica sin posibilidad de crítica es puro adoctrinamiento. Si la manipulación se utiliza por grupos o partidos políticos -sean de izquierda, de derecha o de centro- estaremos ante una pura y dura dictadura. Y ya sabemos que a algunos líderes las dictaduras les fascinan. Los totalitarios quieren gobernar o influir sin voluntades opuestas. En la esfera política contribuye a ello la falta de un sistema electoral abierto y la endogamia en la elección de los líderes. A las élites de los partidos les complacen los militantes dóciles, por eso suelen rodearse de personajes serviles y poco preparados. Tampoco debe olvidarse que en el ámbito de la influencia social se constata mucho influencer sin formación y con poco o nada que comunicar; y, lo que es más grave, sin convicciones éticas o ideológicas.

En toda sociedad democrática debe ejercerse la crítica, tanto en la esfera de los partidos políticos como en la social. Pero la crítica debe ser libre y ambidiestra; esto es, neutral. No son de recibo los analistas de izquierda que solo critican a la derecha, ni los de derecha que solo critican a la izquierda. Se convierten en los siervos de quien los paga o contrata. Un medio de comunicación que soslaye o despida a los profesionales críticos pierde su carácter informativo y se convierte en propagandístico. En muchas ocasiones se trata a los ciudadanos como seres de entendimiento corto o propensos a una asimetría moral. La mentira y la hipocresía son armas que algunos consideran indestructibles. Parece que la verdad y la política rara vez habitan bajo el mismo techo. No sé si es peor la corrupción o la falacia ideológica que existe ahora.

Frente a los comportamientos dogmáticos, vacuos o perversos, debemos rebelarnos y ser críticos. La honesta crítica es salvaguarda de la verdad. La crítica, sea política, jurídica o artística, favorece el progreso. El crítico no es un díscolo. Ni un cínico. Por lo general es una persona sensata y honrada que expresa libremente su opinión y dice lo que le desagrada. La falta de crítica, la obediencia ciega a normas y estilos impuestos hacen perder valores democráticos. En estos momentos de crepúsculo y tinieblas, de crisis social y económica, debemos reaccionar contra todo lo que nos parezca legítimamente inasumible. No podemos resignarnos a un frenesí indecente de pensamientos posmodernos que nos brinda una caterva de vividores pseudoprogres a los que solo, siendo muy generosos, se les puede catalogar de adolescentes mentales. 

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