Opinión | La curiosa impertinente
Müller y Gouges
En 1720 en Tubinga, un sacerdote acudió a atender a una anciana moribunda y esta le confesó que estaba embarazada. La autopsia descubrió en su interior un feto calcificado de cuatro kilos, fruto de un embarazo extrauterino. El embrión se adhirió como en otros casos a la cavidad abdominal. Al morir, porque estos fetos siempre mueren, y grande como era, ni se expulsó ni se absorbió. Se petrificó, dando lugar a ese bebé de piedra que Anna Müller, nuestra protagonista de 94 años, llevó en su tripa durante 46. La historia espeluznante, como de ciencia ficción, terror y ese tinte de humor negro, pues en la Universidad de Tubinga proclaman que no hay litopedio más hermoso que el suyo, impresiona ya la vez hace pensar. El niño de piedra, cuerpo extraño dentro de su madre, reafirma lo que todo el mundo sabe y pocos dicen: el feto no es su madre. No es la mujer en cuyo cuerpo ha germinado uno de sus óvulos, sino un nuevo individuo, que, si se le deja, nacerá.
"La mujer es dueña de su cuerpo. Y de sus propiedades. El niño que lleva dentro no es ni una cosa ni otra
También en el siglo XVIII, Olimpia de Gouges proclamó los derechos de la mujer, en medio de una revolución hecha a la medida de los hombres y que pronto la devoró. Valiente hasta la muerte defendió que si la mujer tiene derecho a subir al cadalso, también lo tiene a defender sus ideas en una tribuna. La igualdad entre hombre y mujer. Desgranó derechos fundamentales. Nada sobre acabar con una vida que se lleva dentro. Una antigua la Gouges.
En estos momentos en que toda la prensa del mundo autodenominado progresista ruge y brama contra el tribunal supremo americano por anular el derecho al aborto como un derecho fundamental, me atrevo a insistir una vez más en el desierto de quien me considerará ultraconservadora o fascista sobre mi incapacidad para comprender que se extienda como verdad irrenunciable una mentira tan burda.
La mujer es dueña sin duda de su cuerpo. Y de sus propiedades. El niño que lleva dentro no es ni una cosa ni otra. Matarlo siempre será matarlo. Ciertas circunstancias dolorosas y coyunturales podrán convertirlo en un mal menor no punible, pero nunca en un derecho inalienable.
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