El Periódico Extremadura

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Fernando Valbuena

a la intemperie

Fernando Valbuena

Dice mi portero

Otra temporada más estoy por aquí. Al menos mientras podamos pagar la factura de vivir

A la intemperie. El Periódico Extremadura.

No estoy para muchas letras (lo digo yo, no mi portero). Ya pueden perdonar (que se decía antes). Entre antes y ahora corre un abismo. Al menos eso pensaba yo hasta que se me cruzó el portero. Mi portero no escribe en este periódico ni en ningún otro. Así que filosofa en los bares. Tiene su cátedra –como no podía ser de otra manera- en el bar de enfrente. ¡Qué socorridos los bares de enfrente para todos nosotros!

Al turrón. Dice mi portero que no, que no tengo razón (diga lo que diga yo). Y, en parte, a buen seguro, acierta. Mi portero –así entre nosotros- es de mucho acertar; quizá porque sea también de mucho mirar.

Cuando le digo eso que tanto se repite ahora de «nuestros hijos vivirán peor que nosotros» me contesta que no… y, en eso, me agazapo como esperando el derrote. Da mi portero como argumento de autoridad lo que le dejó dicho el vecino del undécimo. Según tal prohombre lo de que «vienen tiempos peores» ya se lo tenía oído a su abuelo y luego, con la misma rotundidad, a su padre. Y nada. Nada al menos hasta que se murió, que de eso hacen ya más de veinte años. Supongo que antes morirían su padre y su abuelo y, según mi docto portero, nada. Que aquí seguimos viendo llover.

Lo cierto es que el vecino del undécimo hizo fortuna con los camiones. Llegó a tener una flamante flota de más de cien (camiones, se entiende). Lo que me recuerda que ahora tendría más de cien (años, se entiende). Pero se murió que es a donde van a dar los ríos (y el contenido de las botellas, estén medio llenas o medio vacías). Chica ruina la de morirse…

Al vecino del undécimo en vida no le fue peor, le fue mejor. En eso estoy con mi portero. Y si bien es cierto que el brillo del oro como argumento llena el ojo pero no la panza, no sé yo cómo acabará la historia. La nuestra y la de nuestros hijos. De hecho, en aquellos años en que ejercía yo mi profesión de abogado, llegué a colocar una bola de vidrio sobre la mesa de mi despacho para excusarme en su permanente avería cuando los clientes me pedían que les revelase el futuro de su asunto. Y así sigo, con la bola averiada.

A veces sí, a veces no. Los refranes para eso siempre tienen respuesta. Ya saben: de tanto ir el cántaro a la fuente… Y aunque no haya mal que cien años dure, roto quedo el cántaro.

Digo todo esto por aquello del duro invierno que nos aguarda, ese invierno oscuro y nuclear que nos acecha. De crisis sabemos un rato (incluida la de los misiles). No he vivido tanto como el vecino del undécimo, pero llevo algunas a las espaldas. No he mirado tanto como mi portero, pero opinión tengo. Y aunque sigo creyendo que vamos a peor, lo peor es estar muerto, así que le invito a un café y me invito yo a otro.

Así voy, opinando mientras sorbo café. Con leche, por favor. Y miro a mi portero que sonríe y pienso que acierta más el que más duda. Y ríe, así que me callo lo de que el bar en el que estamos, el bar de enfrente de todos los sabios que en el mundo han sido, ateneo del pensamiento, va a cerrar. Por lo de la luz. La factura..., que les ha tumbado.

Opinar. Dudar. A la intemperie. Los pies en el barro; el mismo barro del que todos estamos hechos. Otra temporada más. Al menos mientras podamos pagar la factura de vivir.

*Abogado

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