Espectráculo

La realidad y el deseo (políticos)

Ahora a Pedro Sánchez le tocará el «más difícil todavía», que es lograr la abstención de los representantes de Junts

Mario Martín Gijón

Mario Martín Gijón

Contra casi todas las encuestas (de las que más cerca quedó fue la del denostado CIS de Félix Tezanos), el Partido Socialista no “perdió por goleada”, como pronosticaba Narciso Michavila, presidente de la encuestadora GAD3 (y hermano de un antiguo ministro de Aznar) y el PP se quedó muy lejos de los 165 escaños que predecía Iván Redondo. Los repeinados y resentidos tuvieron que morder el polvo, como también los renegados, como Francisco Vázquez y otros, que demonizaban a Pedro Sánchez. La España que pintaban, harta de sanchismo y deseosa de abrazar a Núñez Feijóo, solo existía en sus cabezas y las de los suyos, y el PSOE aumentó en votos y escaños. El PP le superó por poco en lo primero y por más en lo segundo, debido a nuestro desigual sistema electoral y a su fuerza en provincias como las de Castilla y León.

El resultado del pasado domingo, pese a quien pese, resulta esperanzador también por razones que deberían alegrar a quienes dicen querer tanto a España. El Partido Socialista fue el más votado en Cataluña, País Vasco y Navarra, e incluso se impuso en provincias como la de Gerona, hasta hace poco feudo de Puigdemont. En esos territorios, el PP es un partido testimonial y rechazado casi con asco. Tampoco ayudó Abascal con su afirmación de que, si ellos tocaban poder, aumentaría la tensión en Cataluña. Pues menuda alegría, debieron pensar muchos catalanes.

Al final, lo que algunos siguen denominando como “gobierno Frankenstein” daba menos miedo que la parejita formada por Abascal y Feijóo. Más bien, la lección que habría que extraer es que vivimos en un país muy diverso, con tres zonas climáticas y cuatro lenguas oficiales (y unos cuantos dialectos) y que esa diversidad no puede uniformizarse de azul, como pretendían algunos este verano. El dilema que tenemos es si queremos que esa diversidad esté integrada, como en Bélgica o Suiza, o que se haga como en Yugoslavia, donde la prepotencia serbia consiguió, al querer imponerse por la fuerza, lo contrario de lo que pretendía: quedarse en un país mucho más pequeño e irrelevante de lo que era antes. 

Pedro Sánchez consiguió el más difícil todavía, y agranda con ello su leyenda de líder osado al que le salen bien sus apuestas más arriesgadas. La gente, por otra parte, ha visto en sus numerosas entrevistas que no era el monstruo que dibujaba la derecha y, en cambio, ha podido ver que Díaz Feijóo mentía, se embarullaba y, lo peor, escurría el bulto, alegando incluso que padecía de lumbago. Y es que el candidato gallego estaba muy mal acostumbrado por una vida muy cómoda, tras ganar cuatro veces por mayoría absoluta. Pero nuestros tiempos, al menos en Europa, no quieren absolutismos de ningún tipo, sino diálogo, y no quieren solo alguien que gobierne “para la mayoría” sino alguien que hable con todos, también con los que piensan de modo muy distinto.

Ahora a Pedro Sánchez le tocará el “más difícil todavía”, que es lograr la abstención de los representantes de Junts. El hecho de que una parte significativa de los votantes de ese partidoen estas elecciones optaran por el PSC debería dejarles claro a sus dirigentes que son muy pocos los que están en el“cuanto peor, mejor”. Para quienes condenarán a Sánchez ya solo por hablar con el de Waterloo, les recomendaría, ya que muchos de ellos se dicen católicos, recordar las palabras del Papa Francisco en su discurso de recepción, en 2016, del Premio Carlomagno, donde afirmaba que lo más importante en el mundo actual es “la capacidad para dialogar” como forma de encuentro, “la búsqueda de consensos y acuerdos” con quien piensa diferente, para formar “una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones”. Justo lo contrario a una derecha que solo sabe hablar consigo misma, y excluir a los demás.

 *Escritor

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