tribuna abierta

Filosofía de la calma

Debo decir que este septiembre, siempre fecha de inicio del nuevo curso escolar -pues políticamente hemos estado activados y continuamos-, parece que haya un cierto nivel de hartazgo generalizad

Santiago Cambero Rivero

Santiago Cambero Rivero

Tras las vacaciones de verano entraba en mi centro de trabajo donde una compañera me empieza a relatar sus preocupaciones sobre el estado deteriorado de salud de un familiar. A continuación, salgo a la calle para respirar y superar así los síntomas del supuesto síndrome postvacacional, y escucho a un operario de una obra pública próxima que le cuenta a otro que una persona conocida de toda la vida acaba de fallecer por cáncer. Unas horas más tarde recibo una llamada de teléfono de un amigo para informar sobre el despido reciente de otro amigo común en condiciones económicas dificultosas… Todas son noticias negativas porque así lo hemos racionalizado por la instrucción del anhelo compulsivo de ser felices; esa felicidad consumista y consumida por la mayoría que nos impide ser conscientes de las circunstancias ajenas a nuestra propia existencia. 

¿Falta de empatía y compasión en la sociedad del cansancio interpretada por el filósofo Byung-Chul Han? ¿Desarraigo e inconsistencia en las relaciones humanas de la sociedad líquida de Bauman? No me atrevo a responder, pero como sociólogo confirmo el malestar detectado en parte de la sociedad española, unido a la tendencia a vivir soportablemente en el pánico colectivo, a modo de panicofilia. 

Cuando nos informamos por los medios de comunicación social o por vías digitales sobre lo que acontece alrededor o más allá nos produce emociones contrapuestas, pero resultan principalmente desmotivadoras, o al menos así se percibe. De ahí, que haya gente que apenas quiera estar informado, que prefieran vivir en la desinformación cuasi permanente para no afrontar la dureza de determinadas situaciones incómodas padecidas por nuestros congéneres. Esto degenera en falta de humanidad con quienes sufren, y sufrimos en algún momento de nuestras vidas, con lo cual nos empobrecemos. 

Si debo decir que este septiembre, siempre fecha de inicio del nuevo curso escolar -pues políticamente hemos estado activados y continuamos-, parece que haya un cierto nivel de hartazgo generalizado. Una sensación de querer retomar las rutinas para calmar las mentes tras el asueto estival, pero con incertidumbres vitales antes los cambios previsibles. Parece que no estamos dispuestos a (auto) transformaciones en las zonas de confort, que nos ofrecen protección y seguridad personal. Estas conductas son habituales para tener el control de lo que sucede en el día a día, pero cuando hay elementos cambiantes se gestionan con inconvenientes para la adaptación a las nuevas circunstancias. 

Por casualidad, he querido conversar con varios profesionales de la psicología y todos estaban ocupados hasta mediados de octubre. Este hecho resulta significativo para interpretar los síntomas de una sociedad de la inmediatez, de un paradigma cultural de una modernidad tardía, como señalan algunos expertos. Todo ello debido a la rapidez y satisfacción instantánea, que ha generado comportamientos sociales como la hiperconectividad tecnológica 24/7 y el deseo inmutable de gratificación momentánea. Como observador no me atrevo a calificar este modelo de sociedad originado en los últimos tiempos en Occidente, en un país como España, pero si diré que vivimos de forma frenética con las consecuencias evidentes en nuestros estados de salud. Ansiedad, estrés, depresión…, entre tanto caos social.

Después de años de aprendizaje en la toma de conciencia y de liberación del interior mediante el yoga, el mindfulness, el reiki u otras terapias, la conclusión es la misma: autocuidado. Sobre esta práctica se ha escrito mucho desde tiempos inmemoriales, principalmente desde las filosofías orientales como refleja el éxito relativo entre tantos practicantes en este lado del planeta. El autocuidado físico, social, mental y emocional son las mejores vacunas para prevenir alteraciones en nuestros cuerpos y mentes que puedan derivar en enfermedades más o menos crónicas. La tendencia social indica la asistencia frecuente a los servicios sanitarios cuando sufrimos algún dolor que nos incapacite o desequilibre homeostáticamente, y lo que es peor, la automedicación con fármacos al alcance del público en general. Considero que no estamos educados en la autorregulación del funcionamiento del ser humano mediante los autocuidados para ser responsables en el cuidado de la salud y recuperarnos de forma integral. 

Siendo conocedores de las fatigas habituales en fechas pre-otoñales, resulta importante ir modificando ciertas actitudes perjudiciales para la convivencia social. El racismo, la xenofobia, el machismo, el edadismo, el capacitismo, …, son auténticas patologías que normalizamos en esta sociedad de las paradojas. No podemos consentirlo si aspiramos a vidas felices, como nos venden. Todos los gestos, comentarios son parte de un pensamiento social impuesto para paralizarnos y vivir estáticamente. 

Por suerte, hay mujeres y hombres que combaten estos males desde distintos ámbitos (educativo, asistencial, cultural, político…) para (re)construir sociedad más justas, solidarias y sostenibles. Ese el progreso que algunos proyectamos en sociedades avanzadas y democráticas. Lo demás son entelequias que ilusionan con fuegos fatuos para rellenar el hastío vital de tantas personas bloqueadas por circunstancias, a veces autodesarrolladas. El materialismo, el individualismo y el nihilismo son secuelas de una sociedad enfermiza que no aplica los medicamentos adecuados, porque no queremos o no nos dejan por intereses soterrados de poder fácticos y grupos de intereses. 

Espero que este conjunto de reflexiones provoque reacciones inteligentes ante tantos miedos sociales, al menos hoy para tener la oportunidad de mejorar como personas. Yo al menos creo en la buena voluntad, desestimo el recurso manido el homo homini lupus. La perfección humana tampoco existe, pero la transformación personal es una posibilidad para cualquiera que sea consciente de sus circunstancias, sabiendo relativizar sus problemas en comunidades cuidadoras. Es mi deseo. Carpe diem.

*Sociólogo

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