Desde el umbral

Toma de tierra

Niños.

Niños. / EL PERIÓDICO

Antonio Galván González

Antonio Galván González

La vida va cambiando nuestro modo de mirar, de concebir el presente y el futuro, de ver a los demás. Las experiencias que vamos atesorando, las personas con las que nos vamos cruzando, el momento vital en que nos encontremos, el contexto que nos abraza, las circunstancias en que estamos envueltos, las alegrías y los disgustos, las sorpresas gratas y las decepciones, las ilusiones y los quebrantos, los sueños y la realidad… Todo va condicionándonos de un modo u otro. Y, aunque a veces no lo percibimos, vamos cambiando.

No somos pocos los que tratamos de mantener viva la chispa infantil, la llama del niño que fuimos. Pero hacerlo no siempre es sencillo. De hecho, a menudo, hay que dedicarse con verdadero empeño para evitar que ese fulgor y esos destellos primigenios se atenúen o, incluso, se extingan.

Hay, por otro lado, gente que contempla el mantenimiento de esa mirada limpia, desprovista de picardía y maldad, y ese carácter biempensante, como defectos que nos ponen en peligro. Porque, según su visión, en ese mundo de lobos en que, o comes, o eres devorado, los corderos acaban siempre maltrechos por las dentelladas de las fieras.

Es cierto que, en determinados ámbitos, la expresión manifiesta de una debilidad puede convertirse en un reclamo para ataques premeditados, teledirigidos o, incluso, gratuitos, incomprensibles e innecesarios. Pero también lo es que el cinismo y la corrosión inducen a la desesperanza y al desaliento. Y vivir permanentemente agriados tampoco es que sea una opción nada atractiva ni agradable.

Habitualmente, si repasamos la trayectoria de la persona, si observamos con atención los detalles de su travesía por el mundo real, acabamos entendiendo cómo llegó a ser como es y qué le llevó a convertirse en un tipo u otro de ser humano. Aunque también hay que valorar que no todo viene condicionado por circunstancias o elementos externos. Porque hay personas que cuentan con la personalidad, la determinación y fortaleza suficientes como para seguir su rumbo aun cuando el viento sopla en contra y los obstáculos se acumulan en el camino.

La introspección, la comprensión y el entendimiento del propio yo son vitales a ese respecto. Porque, para que todas las piezas encajen y no se desprendan al primer envite, hay que tener bien hundidas en el suelo esas raíces que nos permiten subsistir, que nos ayudan a crecer y que son imprescindibles para que podamos expandirnos sin que se desconecte la toma de tierra que nos confiere equilibrio, cordura y clarividencia. 

* Diplomado en Magisterio

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