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Escritores bajo un puente

Una biblioteca.

Una biblioteca. / EL PERIÓDICO

Francisco Rodríguez Criado

Francisco Rodríguez Criado

En 1998 comencé a escribir mis primeras ficciones, cuando aún vivía en casa de mis padres. Estoy, pues, lejos de ser ese «joven escritor» que debutaba en 2001 con un libro de relatos publicado en la Editora Regional de Extremadura. 

En este cuarto de siglo he conocido a centenares de escritores, de manera presencial o virtual, y asumo que la inmensa mayoría de quienes ya estábamos haciendo la guerra antes del cambio de siglo nos mantenemos casi en el mismo sitio. 

"El valor de escribir no está, aunque algunos se engañen, en la fama o en el dinero, sino en la propia escritura

Es cierto que hemos ido publicando libros y artículos en la prensa, ganando certámenes literarios o firmando ejemplares en ferias de libros. Pero, pese a tanta insistencia en moldear eso que viene conociéndose como una carrera literaria, no andamos lejos de la casilla de salida. 

Prueba de ello es que si tuviéramos que vivir de los ingresos generados con la escritura, tendríamos que vivir bajo un puente. 

Sin embargo, pese a la escasez de avances irrefutables, quien visite nuestras redes sociales no creerá que estamos tristes ni deprimidos; al contrario: celebramos con alegría los pequeños pasos (una nueva publicación, una reseña positiva, una firma de libros) como si estos fueran a acercarnos de manera incontestable al olimpo de las Letras. 

¿Por qué tanta devoción a esa meretriz que es la literatura, esa fulana que nos abandona para largarse del brazo de escritores mediáticos, a veces más mediáticos que escritores?

Lo diré ya: porque el valor de escribir no está, aunque algunos se engañen, en la fama o en el dinero, sino en la propia escritura, ese acto de desnudarnos y dejarnos caer a tumba abierta sobre la superficie de un folio en blanco. 

Aun siendo ninguneados una y otra vez, seguimos al pie del cañón, tal vez porque escribir es, como afirmaba Kafka, una suerte de oración o, por decirlo con otras palabras, un continuo resucitar ante la adversidad. 

Escribir es renacer en cada página, un poco para beneficio de nuestros escasos lectores y mucho para salvación de quienes conformamos esa hermandad de letraheridos que observa el mundo desde las trincheras, resguardados bajo un puente.