Opinión | Es decir

Xenofobia

Llegada de 159 inmigrantes rescatados en aguas cercanas a El Hierro

Llegada de 159 inmigrantes rescatados en aguas cercanas a El Hierro

La diferencia entre un emigrante y un inmigrante es que uno se va y otro llega, es decir, ninguna: el emigrante es inmigrante para el país de llegada y el inmigrante es emigrante para el país de partida. Suena a obviedad, y lo es, desde luego, pero no está de más. En España hubo un ‘momento alemán’, en las décadas de 1960 y 1970, y que evocan dos versos de Pablo Guerrero («Si el Rhin fuera el Guadiana no estaríamos aquí / borrachos de nostalgias y cerveza»), en que eran emigrantes tanto para el país del que se iban como para el que llegaban. No se les llamaba inmigrantes (Einwanderer), sino emigrantes (Auswanderer). Los emigrantes de hoy son como los de entonces (solo que con otro nombre, según la política de la corrección política): personas que abandonan su lugar de origen para establecerse en otro donde tal vez encuentren solución no solo a los problemas económicos sino también políticos y aun culturales del lugar que dejan. La xenofobia comenzó con los inmigrantes (ya la palabra misma), en tanto que dejaron de ser vistos como emigrantes en busca de una vida mejor y se les juzgó como oportunistas que querían vivir mejor. No una necesidad, sino un privilegio.

Con la excepción de Vox, que no quiere que «España sea Marruecos o Senegal», todos los partidos en el Congreso se han comprometido esta semana a regularizar a casi medio millón de inmigrantes irregulares, a despecho de los planes de la Unión Europea, que quiere endurecer la política de acogida y se opone precisamente (específicamente) a las regularizaciones masivas,

Con la excepción de Vox, que no quiere que «España sea Marruecos o Senegal», todos los partidos en el Congreso se han comprometido esta semana a regularizar a casi medio millón de inmigrantes irregulares, a despecho de los planes de la Unión Europea, que quiere endurecer la política de acogida y se opone precisamente (específicamente) a las regularizaciones masivas, dado el efecto llamada. Para Vox, el que se les denomine «inmigrantes irregulares» debe de ser pleonástico, porque sin son inmigrantes, ya son, irregulares, y viceversa: son irregulares porque son inmigrantes. Pero no se trata ahora de Vox, habida cuenta de que apela únicamente a los datos económicos y demográficos e ignora las convicciones morales de los ciudadanos que viven democráticamente en un país próspero y libre, como los propios dirigentes y simpatizantes de Vox, dicho sea de paso. Interesa más el éxito de ese compromiso político, por tratarse de una iniciativa liderada por los propios inmigrantes (la plataforma Regularización Ya) y porque podría beneficiar, si prospera, a casi medio millón de ciudadanos que carecen de la condición real de ciudadanos por la circunstancia de ser emigrantes. Como dato llamativo de ese éxito, no la firma de más de 600.000 españoles, sino la anécdota del apoyo de gremios de prostitutas y la Conferencia Episcopal, conjuntamente.

Las personas que emigran, esto es, las que se convierten en inmigrantes para el país al que llegan, no solo traen riqueza en forma de mano de obra (los trabajos que ya ningún europeo haría) sino problemas en forma de delincuencia (las estadísticas sobre sus delitos no son sondeos electorales: ni mienten ni se inventan). Pero, respecto de la delincuencia, cualquiera distingue perfectamente entre un inmigrante y un inmigrante criminal. Y en cuanto a lo que aportan, es suficiente con preguntarse cuántos europeos de clase media soportarían ponerse de nuevo a cuidar ancianos, fregar suelos y escaleras, limpiar babas y excrementos, culos de enfermos, recoger basuras, barrer calles y plazas, en fin, todo el catálogo escatológico. O sea que el rechazo que nunca suscitaron los emigrantes y que sí suscitan los inmigrantes no se va a corregir llamándolos migrantes, como cree la corrección política. La xenofobia es analfabeta.

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