Opinión | Textamentos

La chusca realidad

Pongámonos en situación: en un cine de León, un hombre se muestra agresivo con la mujer que le acompaña, y cuando un espectador le recrimina su actitud, el primero reta al segundo y lo incita a voces para que baje al escenario para iniciar una pelea. En la pantalla del cine, una película infantil: Garfield. En el escenario, la vida real: un presunto maltratador buscando camorra. Y para que todo resulte más cinéfilo (en una sala de cine estaban, al fin y al cabo), el hombre que acabará por darle una buena tunda al maltratador es nada más ni menos que Antonio Barrul, boxeador profesional, inscrito en la Federación de Boxeo de Castilla y León.

Todo cuanto acontece en Garfield (y en cualquier película digna) está planeado al milímetro: la dirección, la producción, el guion, la música, los actores, los dobladores... Todos trabajan coordinados para que las piezas encajen y el producto artístico final consiga seducir al espectador. Y, sin embargo, una película de gran presupuesto es poca cosa comparada con una trifulca chusca, surgida de la nada, en la que un bravucón se acaba encontrando con la horma de su zapato. La fascinación por la vida real es imbatible, hasta el punto de que dejó de emitirse la película en la sala de cine leonesa y se encendieron las luces, de tal forma que los espectadores pudieron observar un fulgurante round de combate de boxeo que concluyó con uno de los púgiles tirado sobre la inexistente lona, vencido por KO.

Tras el poco edificante ‘combate’ (en plena emisión de una película infantil), el boxeador, que estaba viendo la película con su mujer e hijos, pidió perdón a los espectadores por no haber sabido controlar su enfado y sus puños. Intuyo, no obstante, que algunos de los presentes prefirieron ese intempestivo trailer de la vida real al previsible gato Garfield, constatando así, una vez más, que la chusca realidad siempre supera a la elaborada ficción.

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