Opinión | La curiosa impertinente

El ministro y yo

Es verdad que la política y no solo la nacional se ha convertido en una cosa horrorosa de provocadores, imprudentes, incultos y aprovechados. Y que bajo esa capa casposa movida por el egoísmo en lugar de por el bienestar de sus administrados, que impone su criterio en nombre de su voluntad u odio, negocia en secreto para mantenerse en el poder o conspira para influir en tribunales y fiscales, hay personas serias y técnicos de prestigio que son los que mantienen el tinglado. Esos serán, seguro, los que se indignarán o mondarán como usted y como yo, mientras continúan desempeñando competentemente su deber.

Entre tanto, el pueblo español, laborioso y pacífico, enemigo de escándalos y de numeritos, aspira a la concordia, a la estabilidad y a la convivencia más que harto ya del espectáculo de enfrentamientos, manipulación y nepotismo que los gobernantes nos ofrecen cada día.

En estos días, el ministro de transportes ha vuelto a demostrar que desconoce la dignidad de su cargo, mas debo confesarles, que, salvo lo de la ingesta de sustancias, coincido con él en no entender cómo Milei pudo ganar. Como el ministro, desconozco la realidad del pueblo argentino. Por eso, cuando lo veía con la motosierra a pleno alarido, que desde que es presidente vocifera menos, me preguntaba a qué grado de desesperación había llegado su pueblo para que fuese el favorito. Exactamente igual que no comprendo que Trump, por sus escándalos sexuales, sus imputaciones y condenas y su fanfarronería y petulancia pueda soñar siquiera con ser presidente, como al parecer será. Menos entiendo que la esperanza de voto de Sánchez haya remontado precisamente después de protagonizar el episodio más vergonzoso, infantil y sonrojante de un presidente de la democracia española. Y sin embargo, muchísima gente opina lo contrario. A las pruebas me remito. El caso es que yo puedo escribirlo pues mi crítica es solo la opinión de una particular. Un ministro del reino de España, lenguaraz y con el insulto siempre en ristre, cuyas palabras tienen una trascendencia que debería conocer, no.

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