Opinión | La curiosa impertinente

Obediencia catalana

Carles Puigdemont

Carles Puigdemont

Ordenando o rebuscando he encontrado un boletín de notas de mi infancia feliz en el colegio de Jesús María. A menudo he pensado después durante mi larga etapa docente que aquellas monjas eran unas craks, con unos principios educativos extraordinarios y una práctica sabia y moderna. El boletín evaluaba tres parámetros: Conducta, Disciplina y Esfuerzo en el trabajo y cada uno marcaba unos criterios o competencias o póngale usted el nombre que quiera. El primero, Respeto, Lealtad, Espíritu de servicio, Dominio propio, Afabilidad y Austeridad. El segundo, Voluntad respecto a los estudios y el tercero, Obediencia, Puntualidad, Aseo personal, Silencio y Cuidado de las cosas. Esos valores fueron los que las monjas intentaron inculcarme a lo largo de mi infancia y juventud en conexión con mi familia. Y una, en estos tiempos confusos, reivindica aquí su casi total vigencia por más que en aquel entonces, y aún hoy todavía, ha sido una actitud rebelde que le ha durado de por vida, la que le hacía y le hace renegar de la obediencia si no es razonada. Confieso que me pueden las ganas de discrepar y rebelarme contra todo lo que considero absurdo, injusto o injustificado, lo mande quien lo mande, lo diga Agamenón o su porquero, lo sancione Su Santidad o lo constitucionalice el Constitucional.

Lo que más me ha rechinado tras el feliz resultado de las elecciones catalanas ha sido ese llamamiento a la Obediencia catalana del pícaro prófugo después de perder como ha perdido y justo antes comenzar su particular camino chantajista hacia su pretendida y endiosada entronización

Por eso, aun siendo constitucionalista, discrepo de esa norma que considera merecedora de cárcel el hecho de rezar delante de una clínica abortiva y no habrá sentencia a favor ni denuncia de acoso- ¡qué dislate!- que me haga tragar ese sapo. Una nunca lo haría, porque rezar en público no es lo suyo, ni las prédicas ni los dicursitos, pero defiendo la libertad de quien lo haga, faltaría más.

Por eso también lo que más me ha rechinado tras el feliz resultado de las elecciones catalanas ha sido ese llamamiento a la Obediencia catalana del pícaro prófugo después de perder como ha perdido y justo antes comenzar su particular camino chantajista hacia su pretendida y endiosada entronización. ¡Qué llamada más patética a la sumisión del pueblo al que dice pretende liberar!

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