Opinión | Jueves sociales
Alergia
Ser alérgico significa pertenecer a la hermandad de los pañuelos de papel, las eternas gafas de sol y, ahora mismo, las mascarillas
Para nosotros, los alérgicos, la primavera es una estación paradójica. Nos gusta que los días empiecen a ser más largos y las tardes se extiendan como la promesa de un regalo, que las agendas se llenan de actividades y las calles, de libros, pero salir se convierte casi en la obligación de demostrar que seguimos vivos pese a las narices rojas, los ojos hinchados y los estornudos que acompañan cualquier paseo.
Ser alérgico significa pertenecer a la hermandad de los pañuelos de papel, las eternas gafas de sol y ahora mismo, las mascarillas.
Cuando yo era pequeña, allá por la prehistoria, solo había una niña alérgica en clase, pobre, la única con dispensa para saltarse el mes de las flores a María, que comenzaba siempre con sus toses, y acababa justo cuando el calor agostaba las gramíneas que provocaban su llanto.
Entonces apenas se conocía esta enfermedad, y los que la padecían eran señalados como personas extrañas, poseídos por lo que se llamaba fiebre del heno, y sometidos a pastillas que provocaban un sueño poco reparador.
Con los años, somos muchos los que nos hemos sumado a la fila de los desposeídos de la primavera, de los que experimentamos una hipersensibilidad ante lo que era nuestro hogar hace unos días, o de los que nos arriesgamos a tomar las calles aun conociendo el peaje que deberemos pagar por ello. Somos cada vez más los que nos despertamos con sueño y los ojos pegados, o los que generamos las acciones de las fábricas de pañuelos de papel con nuestro sueldo. Han salido nuevos tratamientos, con menos efectos secundarios, y poco a poco se va conociendo una enfermedad que hace unos años solo padecían unos pocos. Lo extraño es que a nadie le extrañe, valga la redundancia, el hecho de que hayamos desarrollado una alergia al mundo en que vivimos, justo en la estación en que ese mundo renace y comienza una vida nueva para muchos seres.
Nuestro hábitat, el lugar donde se desarrolla nuestra vida, se convierte en nuestro enemigo por unos meses. No sabemos si la causa es la alimentación, la contaminación o el cambio climático o una mezcla de factores desconocidos. Pero cada vez aumenta nuestro número, cada año la alergia golpea más fuerte, y la primavera se convierte en la paradoja de que todo renazca mientras nosotros nos marchitamos, y contemplamos el paisaje desde la ventana, tras la bruma de las gafas empañadas, el alboroto de los estornudos, el picor de ojos y la sensación de estar siendo expulsados de un mundo que revive, ajeno a todo, incluso a sus propios habitantes.
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