Opinión | A la intemperie

Pájaros de papel

Vuelan con las alas desplegadas hasta planear sobre las higueras cuajadas de brevas y de mentiras

urna electoral

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En el patio de lo que fue prisión crecen dos higueras. Nadie recoge los frutos caídos. Deben ser brevas… que aún no es verano. Tiraron los altos muros de la cárcel vieja y ahora el patio es parte de la acera pública. Eso lo hicieron hará no más de dos o tres años. Derribaron los muros, pero no las higueras… Mal fario.

Acabo de votar. La cárcel es lindera con Correos. Aún no son las nueve de la mañana. No encuentro donde sentarme. Esquivo las brevas como voy pudiendo… tan espesas, tan pegajosas. Las ramas piden sogas… En eso, por asalto, oigo a mi derecha unas voces más altas que otras. Me giro. Un gordo se ha ido de bruces contra el suelo. Si sonó al caer no lo he oído, el ruido del tráfico puede más. Tres o cuatro personas miran. Miramos. Pronto miramos de más. Un joven, decidido, da la vuelta al cuerpo inerte. Vivo o muerto, no está más gordo que yo, ni siquiera parece más viejo que yo. Viejo sí que es... Si tuviera donde sentarme…

Si tuviera donde sentarme, me sentaba. El único sentado es el rumano que a diario toca el violín a la puerta de Correos. Más gordo. Más que yo. Él, su sillita de playa, su violín y un cartelón donde canta las calamidades que le asolan. Le tengo visto. A él y al cuenco de sus monedas. Siempre está ahí, a la puerta de Correos, a dos pasos de las higueras…

En el aire aletean el certificado, los dos sobres y la papeleta

Uno dice ser médico… De una moto baja, en calma, un tipo uniformado… Hablan. La gente mira al paso. Van a sus cosas. Quizá a votar. Votar por correo es fácil. O casi. Un par de días perdidos y lo tienes hecho. Lo peor es la maraña de papeletas, tan espesas, tan pegajosas… tan marranas. Y Judas. Y la soga. Y las dos higueras de cuando esto era cárcel y una mañana de feria les dieron matarile a los presos…

Ya está aquí la ambulancia, bajo las higueras. No sé si el muerto está aún vivo o si el vivo está ya muerto. Si venía a votar, no ha votado y al domingo no llega caliente… Yo, a estas horas, vote o no vote, me zampo una de lengua a la jardinera en el Pardo (un bar, no vayan ustedes a creer lo que no es). O una sangre con cebolla. O una tapa de ensaladilla. O una de tortilla… Lo que fuera que al pasar por el gaznate me recuerde que aún estoy vivo.

Se lo llevan. Se va la ambulancia por donde vino, se la traga el tráfico que todo lo acalla; el torrente sanguíneo de la ciudad engulle al hombre que al caer no hizo ruido. Se fue el de la moto en su moto y el que decía ser médico dejó de serlo. A los pies de los transeúntes, el violinista vuelve a su rasca y a sus calamidades. Es fácil pasar y no verle... Lo difícil es no pisar las brevas… tantas y tan marranas.

En eso Eolo se arrebata y, como si los quisiera para sí, en torbellino, a golpe cantado, levanta los papeles del voto que, abandonados, quedaron en el piso. En el aire aletean el certificado, los dos sobres y la papeleta… Vuelan con las alas desplegadas hasta planear sobre las higueras cuajadas de brevas y de mentiras. Solo una muchacha -tan corta la falda como largas las piernas- detiene la mirada en los pájaros de papel que escapan de las urnas. No creo que por un voto vaya a cambiar el resultado… ni que por una lengua de vaca vaya yo a enfermar.n

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