Lo que uno pierde, otro lo gana. Nuestro sabio refranero popular tiene dichos para todo, aunque, como dijo Melibea a Celestina: “cada uno habla de la feria según le va en ella”.

En Plasencia son tan antiguas como la propia ciudad, cuando Alfonso VIII le concede el privilegio de tener ferias propias, constituyendo el mercado franco.

La pandemia nos dejó sin ellas el año pasado y, aunque al resto nos afectó indirectamente, a los feriantes y comerciantes lo hizo directa y muy negativamente. Este año, que sí se pueden celebrar, las complicaciones protocolarias, aceptadas sin remedio por todos los actores involucrados, centran el diálogo en la ubicación y sus condiciones. 

Reacios a los cambios por naturaleza, a los humanos se nos olvida el pasado a diario, de ahí la condena a repetir la historia. 

Hasta llegar al Berrocal, la feria tal y como la conocemos ha sufrido múltiples transformaciones, empezando por el lugar para su celebración. La primera ubicación del mercado de ganado conocida es el paraje de la “Alameda de S. Antón”, después trasladado al Cachón, un lugar que mi memoria recuerda lleno de bestias envueltas en polvo y moscas, mientras mi padre ojeaba los ejemplares en busca de Minerva, una imponente potra de capa negra, con lucero en la frente en forma de cinco.

También las fechas de celebración se han cambiado en varias ocasiones, por el clima u otras necesidades.

Según La Voz de Plasencia (blog divulgativo creado por los sabios Jose A. Pajuelo Jiménez y Pedro Luna Reina), ya en 1882, un bando emitido por el alcalde D. Ramón García Geva, publica las disposiciones necesarias para la correcta celebración de esta feria ganadera y, además dice que: “si el tiempo lo permite, se estrenará la magnífica PLAZA DE TOROS que se está construyendo y que hará 7500 a 8000 personas…”.

Hoy, la gestión del ruedo está en manos de la justicia. Así que, a menos que se ceda puntualmente como con ocasión del pasado Martes Mayor, “Las golondrinas” no abre sus toriles este año. 

Tal vez sea momento de que todos bajemos el nivel de exigencia particular para lograr una equilibrada convivencia, cuando la salud prima sobre la diversión. Algo aparentemente imposible cuando el diálogo con los feriantes no ha alcanzado acuerdo. Así que, ni toros, ni atracciones, ni pregón, ni fuegos artificiales. Como tantas cosas en los últimos tiempos, tal vez no se entienda pero, al menos, aceptémoslo de la mejor manera posible.