Yolanda Jiménez es empresaria en el sector de la hostelería. Junto con su cuñada y una hija de 20 años, se ha puesto al frente de un bar en Plasencia. Mélody Fernández formó parte de una lista electoral en las últimas elecciones municipales del ayuntamiento placentino. Lo que tienen en común y las hace destacar es que ambas son gitanas.

En el mes de la cultura gitana, son un ejemplo de lo que ha evolucionado su pueblo en los últimos años, especialmente las mujeres. Ellas lo tienen claro: «La gitana es algo más que estar en casa, barrer y fregar», señala Yolanda. «Hemos cambiado muchísimo, el pueblo gitano es matriarcal, en casa la que manda es la mujer», apunta Mélody.

A sus 32 años, casada y con tres hijos, ella es ama de casa y ayuda a su marido en el mercadillo. Deja claro que «no hay miedo en la mujer gitana, yo no he sido más porque yo no he querido. Es cierto que a muchas mujeres gitanas nos gusta la casa, los niños, somos mujeretas, como decimos nosotras».

Ella estudió hasta segundo de ESO y afirma que le gustaría «otro futuro» distinto al mercadillo para sus hijos. De hecho, les han enseñado que «ellos pueden hacer lo que quieran».

"No hay miedo en la mujer gitana. Yo no he sido más porque yo no he querido"

Mélody Fernández

Como hizo ella cuando formó parte de una lista electoral. «En ese momento, me apetecía y mi marido, el resto de mi familia y mi iglesia me apoyaron muchísimo», subraya.

De Plasencia, lamenta que «hay más racismo que en otras zonas. En Badajoz, yo tengo tías trabajando fuera de casa, en hoteles, de camareras, no tienen estudios, pero las llaman para trabajar, aquí no». Por eso, cree que a los niños gitanos les «cuesta» estudiar. 

Además, considera que hay muchos prejuicios, asociados a drogas y delincuencia. «Nos meten a todos en el mismo saco y la mayoría no somos así. Hay gente buena y mala en todas partes».

Yolanda opina igual. Afirma que «el gitano siempre tiene que ir demostrando su inocencia». De hecho, reconoce con frustración que a su bar «no vienen paisanos (como llama a los payos), solo gitanos. Yo vivo el racismo. Hay gitanos en la cereza, la aceituna, la chatarra, el mercadillo, pero por esos tres que se dedican a la droga ya pecamos todos».

Respeto mutuo

Ambas están convencidas de que la solución está en el respeto mutuo y de que hay que enseñarlo desde casa, sin prejuicios y abriendo la mente a la cultura gitana, que reivindican, sobre todo una que marca una gran diferencia entre payas y gitanas. «Nuestras mujeres tienen que llegar vírgenes al matrimonio, se guardan hasta que se casan», por eso, si tienen relaciones, su obligación es casarse y por eso muchas se casan y tienen hijos muy jóvenes.

Pero eso también está cambiando. «Mi hija tiene 20 años y no piensa en casarse, sino en estudiar» porque quiere terminar el curso que tuvo que parar por el confinamiento, señala Yolanda. Además, apunta que, «de 50 mujeres gitanas, 30 tienen el carnet de conducir. Hoy en día hay otra mentalidad, las gitanas valemos mucho».

Por eso, Yolanda decidió liderar la asociación local de mujeres gitanas, «por emprender algo, porque hacemos muchas actividades» y con el apoyo de su familia, «no hay machismo».

Por todo, lanzan una petición a la sociedad: «Que no nos juzguen porque conozcan a un gitano malo y nos miren como personas».