Llegan los finales de curso y cada uno de ellos acompañado de un nuevo principio. Uno más en el devenir de la vida y el continuo principio de incertidumbre que la rige. Finales académicos que culminan una etapa que, según expectativas y deseos, supondrá el fin de sus estudios o el comienzo de los siguientes para unos y otros.

Quienes obtengan la recompensa al esfuerzo de todo un año de estudio y trabajo, tendrán la ocasión de decidir si continuar con su trayectoria formativa, comenzar sus prácticas laborales o, con suerte, encontrar en su primer empleo algo afín o parecido a lo que les gusta y para lo que se han preparado a lo largo de los años, un preciado obsequio difícil de lograr dado los tiempos que corren.

Y es que, el final de curso para los escolarizados en las primeras etapas es sinónimo de vacaciones, baños y tiempo libre. Cuando todavía no tienen que tomar decisiones sobre un futuro aparentemente lejano. Sin embargo, desde que forman parte del sistema, se ven ponderados, a menudo de forma discriminatoria, numéricamente, por maestros obligados a cuantificar objetivamente, algo tan subjetivo como el crecimiento personal, su esfuerzo, imaginación, actitud y otras tantas cualidades inconmensurables, a las que aplicar un valor aritmético y para quienes supone una ardua tarea, incluso para los matemáticos.

Pero esto solo es un principio más cuyo crecimiento será directamente proporcional a la adquisición de responsabilidades y también a la toma de decisiones. Y, las posibilidades de verse sobrepasado por la presión a una edad vital que no tiene por qué corresponder necesariamente con la personal y real, se evidencian cuando hallamos cada vez más chicos que no saben qué hacer a pesar de estar a punto de cumplir la mayoría de edad y, cuando, en demasiadas ocasiones, ni el adulto de hoy lo supo a su edad, ni a los treinta, ni a los cuarenta, cincuenta o aún sigue sin saberlo.

Así que, pretender exigirles lo que en su día nuestros padres y la sociedad ya hicieran con nosotros es imponerles algo que no tiene por qué ser así, pues este pretencioso orden social puede ser el causante de muchísimos desórdenes adolescentes y adultos, experimentados en un momento vital en el que, alguien del entorno, propone que sigas este u otro itinerario formativo en lugar del que tú quieres, solo "porque tiene mejor salida profesional" y, una vez tomada la decisión condicione sobremanera el resto de su vida.

Si ser felices es el objetivo de la mayoría en este viaje, es imposible serlo sin ser libres primero. De ahí la importancia de solo acompañar y no obligar ni condicionar a los adolescentes, en estas delicadas decisiones tan cruciales. Seguramente, algún día os lo agradecerán, si consiguen ser buenas personas para bien dirigir su propio destino, aún con errores e inevitable sufrimiento.